Las competencias directivas que exige la sostenibilidad

Alejandro Fontana, PhD

Pienso que ya estamos frente a un contexto empresarial que comprende que los resultados de una empresa no pueden reducirse al aspecto económico. Larry Fink, el CEO de BlackRock, uno de los fondos de inversión más grandes de Estados Unidos, dirigiéndose a los CEOs de las empresas donde este fondo tiene inversiones, les comentaba que las inversiones de fondos privados en empresas con activos sostenibles habían superado el último año los 288 billones de dólares. Y quien habla de activos sostenibles hace referencia a operaciones que claramente buscan un impacto positivo en lo social, y al mismo tiempo, no ocasionar un daño al medioambiente.

Por lo tanto, hoy en día, unos buenos resultados económicos no son suficientes para justificar una inversión económica: son condición necesaria, pero no suficiente. Interesa mucho el cómo se hayan conseguido dichos resultados.

Si trasladamos esta cuestión al plano directivo, comprobaremos que un comportamiento directivo capaz de tener en cuenta la eficacia sin dañar el ambiente ni el contexto social reclama la existencia de dos niveles adicionales al resultado económico: los resultados alcanzados en la dimensión operativa y la dimensión evaluativa. Es decir, un nivel que se caracteriza por el dominio teórico y práctico de la naturaleza física: la dimensión operativa; y otro nivel, que corresponde a la capacidad de evaluar las actitudes de los demás actores: la dimensión evaluativa.

Me parece que la dimensión operativa no exige mucha explicación: intuitivamente es posible pensar que este dominio es un elemento clave del buen hacer de una empresa. Parte del cómo sostenible de unos resultados empresariales viene dado por el mayor dominio que se vaya consiguiendo con la ejecución de la operación.

La sostenibilidad exige, pues,  que la empresa no puede dormirse en su éxito. Debe seguir aprendiendo y preocuparse por adquirir más dominio de la técnica, el arte, el conocimiento de las necesidades del consumidor. Es decir, el cómo sostenible implica una apertura a la innovación en los directivos, en primer lugar, y en toda la organización, en general.

Quizás entender la dimensión evaluativa en la empresa como parte de la exigencia de la sostenibilidad sea menos intuitivo. La dimensión evaluativa hace referencia al plano de los valores personales y corporativos. Estaríamos sosteniendo que no puede haber sostenibilidad si faltan valores. Y es que, en una organización, solo estos son los que pueden detener una acción que atente contra el medioambiente, o que tenga un impacto social negativo.

El aprendizaje que debe adquirir un directivo no puede limitarse al dominio de la técnica o de los conocimientos. También ha de preocuparse por adquirir unas cualidades más profundas: empatía, humildad, desprendimiento, espíritu de servicio, responsabilidad. Y a esto se le llama dimensión evaluativa, porque el aprendizaje en estas cualidades habilita al directivo a evaluar dichas cualidades en las personas que le rodean. La evaluación de una cualidad, o incluso, de un conocimiento exige que el evaluador tenga un dominio mayor en dicha cualidad o conocimiento del que tienen los evaluados. Solo puede evaluar correctamente en matemática, quien tiene un dominio mayor en matemática que los evaluados; y solo, puede evaluar en empatía, quien posee un nivel de empatía mayor.

En consecuencia, el cómo sostenible de una actividad empresarial reclama también a los directivos una apertura al aprendizaje de valores. Es decir, a una preocupación por la calidad de la propia personalidad.

El cómo sostenible puede ayudarnos a humanizar la actividad empresarial…

En busca de un dominio de la ética de los negocios

Alejandro Fontana, PhD

Hay diversos sucesos que últimamente nos han llevado a prestar una atención más delicada a la evaluación ética de las decisiones de los directivos. En nuestra sociedad, tenemos una sensibilidad mayor por los actos de corrupción que hemos presenciado. Además, somos testigos de los inconvenientes que generan para la sociedad. Pero esta sensibilidad no solo se ha presentado en nuestro país; es un efecto universal, y la presión internacional nos llega también por indicadores de la dirección como el ESG. La componente governance de este indicador es el que está precisamente relacionado con las acciones que buscan evitar los actos de corrupción.

Ahora bien, el contexto empresarial siempre ha estado gobernado fuertemente por los principios utilitaristas. Es decir, que una acción tenga consecuencias económicas positivas para la empresa es suficiente para considerarla como la más conveniente. Algo semejante se da con la aplicación del criterio costo/beneficio: “si el beneficio es mayor que el costo, se justifica la inversión o el proyecto”. Lo usual, por tanto, es que solo se mire el impacto económico. Esto es lo que significa el utilitarismo.

Pero los actos no pueden calificarse éticamente solo por las consecuencias que tienen. La ética no puede considerarse al margen de la realidad, o de los bienes, como comenta Sellés. La ética es un trípode que se apoya en tres patas: el bien propio del acto que se analiza; las normas que regulan el acto en la sociedad; y las virtudes que dicho acto genera. Por eso, continúa este filósofo, una acción ética es aquella      que elige un bien que desarrolla la inteligencia, y al mismo tiempo, desarrolla la voluntad. En contario, la elección de un bien que no genere un desarrollo en la inteligencia y en la voluntad no es un acto ético. Y es más ético, el acto que genere más desarrollo en la inteligencia y más desarrollo en la voluntad. Pongamos un ejemplo, perseguir el bien común de una sociedad supone un gran desarrollo en la inteligencia: diseñar la solución, implementarla adecuadamente, participación de muchos actores, mucho estudio, mucha interdisciplinaridad, muchos involucrados; y un gran desarrollo en la voluntad: muchas coordinaciones, mucha precisión, mucho trabajo bien elaborado, mucha perseverancia, mucha fortaleza, mucha justicia y muchos involucrados. Perseguir el bien común es, por eso, el acto más ético en una sociedad.  

Ahora bien, quería fijarme en el punto clave de la evaluación ética, porque allí también cometemos algunos errores de apreciación. El foco de atención de la ética no es lo que le suceda a los demás. Este es un impacto muy valioso de esta ciencia, tanto así, que como explica Juan Fernando Sellés, es lo que hace que la ética sea la única realidad capaz de unir a los componentes de una sociedad. El foco de la atención de la ética es el cuidado de la personalidad del propio decisor.

Por lo tanto, cuando hablamos de ética de los negocios nos referimos, fundamentalmente, al cuidado de la calidad personal de los decisores en los negocios. Lo que la ética de los negocios busca es que nosotros mismos -los decisores de los negocios- contemos con el conocimiento necesario para protegernos, a nosotros mismos, de nuestras decisiones libres que podrían dañar nuestra personalidad. Toda decisión empresarial siempre la toma una persona o un grupo de personas. La empresa no decide, deciden unas personas por la empresa, aunque la decisión se atribuya a la empresa. De allí que esas decisiones terminen teniendo también un impacto en la personalidad de cada uno de los directivos implicados en ellas.  

Y entonces, viene bien recordar que la valoración ética de todo acto humano libre depende de tres componentes. El acto en sí; la intención por la que se hace el acto; y las circunstancias que rodean al acto. De estos tres elementos, el acto en sí es el más importante. Hay actos que nunca son éticos, es decir, independientemente de cuáles sean las circunstancias y las intenciones, esos actos siempre tendrán una valoración ética negativa. Por ejemplo, la comercialización de drogas, la explotación de niños, el engaño en la venta, etc. En este tipo de actos, ni la intención ni las circunstancias pueden revertir la valoración ética del acto; nunca pueden convertirlo en un acto ético. Por eso, no es ético comercializar drogas, aunque con ese dinero vaya a financiar un orfelinato; o ese dinero lo use para educar a mis hijos.

Sin embargo, sí puede ocurrir que un acto que en sí es noble o tiene una valoración ética positiva se pervierta por la calidad de la intención o por las circunstancias que lo acompañan. Por ejemplo, la venta de un automóvil, que en sí tiene una valoración ética positiva, es éticamente negativa si la intención del vendedor es engañar al comprador; o las circunstancias del comprador no son las adecuadas para la adquisición de ese producto.

Los directivos de una empresa de retail en nuestro medio hacían muy bien cuando analizaban las compras que hacían sus propios colaboradores utilizando las facilidades de la venta al crédito. Habían descubierto que muchos de ellos se dejaban llevar por la presión de consumo de los clientes de esas tiendas, y asumían créditos que estaban muy por encima de sus posibilidades económicas al adquirir artefactos electrodomésticos en la propia tienda donde atendían.

Antes de terminar esta breve exposición quisiera advertir una realidad en la que en ocasiones erramos. Como la intención es una componente totalmente interna -desde fuera nadie puede conocerla-, la valoración ética solo puede hacerla el propio actor. Los demás nunca tendremos la información completa: siempre nos faltará el dato de la intención; y no será válido asumir uno, por más que nos parezca, a nosotros, que asumimos el más habitual o frecuente.

Por ejemplo, si un empresario o una persona natural financia a un partido político y no desea que se sepa que lo hace, a priori, no puede decirse que ese acto sea corrupto. Financiar un programa político y que otros no lo sepan no es un acto en sí no ético.

¿Este tipo de acto puede deteriorarse éticamente? Indudablemente, ¡sí!, pero dependerá de la intención y de las circunstancias con que se dio dicho financiamiento. Por ejemplo, si la intención fue financiar para obtener favores cuando dicho partido esté luego en el poder, el acto no es ético. Pero el conocimiento de esta intención, solo la tiene el propio actor. El juicio ético le corresponde a él; los demás no tenemos la información completa. Por eso, al momento de juzgar los actos de terceros bajo la dimensión ética, hemos de cuidar no traspasar este límite. Podríamos cometer un serio error… y nosotros ser los no éticos.

Desde fuera, solo podemos definir como no éticas, las acciones que en sí mismas no son éticas; pero no aquellas que siendo en sí éticas, pueden deteriorarse por la intención o las circunstancias del decisor.  

Aunque la corrupción parezca cubrirlo todo, es vencible

Alejandro Fontana, PhD

Algunas de las acciones del nuevo gobierno de nuestro país parece que siguen la misma línea de búsqueda de intereses personales que han tenido varios gobiernos anteriores. Hay, incluso, varios compatriotas nuestros que ya se sienten arrepentidos de haber confiado en un discurso que parecía ser diferente.

Ante esta situación, no es extraño que el ánimo de muchos de nosotros sea de una cierta desesperanza. Quizás, es que muchos seguimos pensando que la solución a nuestros problemas, y entre ellos, la corrupción del estado, viene por un cambio de sistema. Caer en la cuenta que esto no se da una vez más hace que nuestra ilusión decaiga, y que además, consideremos que no hay mucho más que hacer.

Pero la realidad es diferente, porque no es el sistema el determinante, sino las personas, y además, cada una de ellas. Por eso, una vez más debemos levantar la mirada, y fijar los objetivos donde siempre debieron estar: la solución a los problemas de corrupción pasa necesariamente por la calidad moral de cada uno de nosotros; por la adquisición de las virtudes morales: justicia, templanza, fortaleza y prudencia; y por descubrir que la vida tiene un sentido trascendente: un propósito personal.

Quiero llamar la atención sobre un hecho real, que por ser sencillo y frecuente, nos puede pasar inadvertido, pero que sin embargo, puede cambiar el enfoque de nuestra mirada sobre la realidad. Me gustaría preguntarle a cada uno de los lectores lo siguiente: a tu alrededor, ¿hay más gente buena o hay más gente mala?… Sí, allí donde estás, en tu barrio, en tu empresa, en tu oficina, en el hospital donde te atiendes o en la clínica a la que acudes, ¿qué tipo de persona encuentras con más frecuencia?… Y creo no equivocarme, si respondo por ti: realmente, hay más gente buena que mala.

Por lo tanto, si esto es así, ¿tenemos motivos para desanimarnos, porque aún seguimos luchando contra la corrupción?… ¡Pues, no!, incluso, me atrevo a afirmar: en las oficinas de la administración pública hay también más gente buena que corruptos.

Y entonces, ¿qué debemos hacer para erradicar la corrupción de nuestro país, de nuestras empresas y de nuestra administración pública? La respuesta es sencilla: seguir trabajando de modo honrado; no dejarse ganar por el corto-circuito de la solución de corto plazo a costa de lo ético; trabajar con seriedad y responsabilidad; ser justo; ser generoso con los que menos tienen…

El bien, el buen obrar es difusivo, atractivo y contagioso. Lo bueno atrae, motiva, despierta interés. Le ocurre exactamente lo que le pasa a la luz: donde aparece, disipa las tinieblas; vence la oscuridad. Por tanto, la mejor manera de vencer a la corrupción en nuestro país no es deseando alcanzar un sistema que todo lo arregla, pero que por ser sistema, no nos puede arreglar a nosotros. Pienso que esta alternativa nos puede ilusionar, pero debemos reconocer también que nunca será suficiente; siempre será necesario que involucre, en lo personal, a cada uno de nosotros.

No deseo terminar este breve artículo sin dirigirme a las personas que laboran en la administración pública. Varios de ellos pueden sentirse ahora más desanimados por las características éticas de sus jefes o de los nuevos funcionarios de confianza de los políticos de turno.  

Pienso que ustedes tienen un rol muy importante en el cambio moral de la administración pública. En el Estado, no puede ejecutarse ninguna disposición sin que la firme o avale un funcionario público. La clave, por tanto, está en la calidad moral de quienes ocupan estas posiciones. Y como ya hemos visto que hay más funcionarios públicos buenos que malos, a los que procuran hacer el bien, simplemente, hay que animarlos a seguir siéndolo; y a que además, lo muestren.  Hemos de pedirles que sigan trabajando con mucha seriedad y profesionalidad; que continúen preparándose; que mejoren su dominio de la legislación; que digan no a los planteamientos y propuestas dudosas, aunque procedan de arriba; y que muestren los resultados positivos que tienen. Me pongo a su disposición para ayudarlos a documentar las experiencias positivas que tengan…

Y, sobre todo, consideren que su actuación será una fuente de bien, una luz que disipa las tinieblas de la corrupción, porque llamará a la imitación: el bien siempre es atractivo y difusivo. Con seguridad, será el medio de conseguir un cambio eficaz ante la corrupción: “el mal solo se vence con abundancia de bien”.

El auténtico interés por los más vulnerables

Alejandro Fontana, PhD

Una de las cualidades que se le debe pedir a todo líder empresarial y a todo gobernante es una auténtica preocupación por los demás. Sin esta cualidad, no hay liderazgo directivo ni tampoco hay misión que pueda realizarse.

Para que la autoridad sea auténticamente humana, debe salir del círculo del propio interés. Esta es una condición que tiene toda acción humana para evaluarse como tal. Como comenta el Prof. Rivera en su artículo sobre cómo empoderar a los nuevos líderes empresariales con sentido ético, la gestión empresarial solo se puede llamar humana cuando el decisor decide pensando en no dañar su propia calidad personal. Es decir, actúa saliendo de sí mismo, anteponiendo los intereses del conjunto a su propio interés.  

Con la misma lógica, puede afirmarse entonces que en el caso de un gobernante, su autoridad no se erige para imponer sus propias ideas o las convicciones del grupo que representa. La auténtica autoridad en una sociedad o de una nación tiene fundamento solo cuando se busca el bien común: lo que verdaderamente sirve y beneficia al conjunto.

No se trata de lo que a le gusta o le disgusta al que gobierna, sino de centrarse en lo que conviene al conjunto: lo más oportuno, lo más apremiante. Hace unos días, hemos escuchado en el discurso del señor Castillo comentar su visión sobre el uso que le agradaría dar a nuestro Palacio de Gobierno, y su deseo de que este se convierta en el museo de las culturas.

Siguiendo el discurso de su candidatura, y en parte también el de su mensaje, siempre ha prometido dar voz a todos los peruanos. Por lo tanto, pienso que en un tema tan vinculado con nuestra tradición y tan representativo de nuestra nación, no cabría tomar decisiones propias, sino abrirse a la opinión de expertos y del público en general ¿Qué queremos los peruanos? ¿Es eso lo que nos preocupa en este momento? Es una medida que debiera pasar también por un análisis económico. La autoridad debe primar el bien de todos los peruanos, no anteponer unas opiniones y gustos personales.   

Sin embargo, esto no es lo que más me ha llamado la atención de la actuación del Sr. Castillo. Donde no veo ninguna coherencia es entre su anunciada motivación electoral: una preocupación por los más necesitados, y la indiferencia que muestra a las consecuencias económicas de sus decisiones políticas. Ahora mismo, estas están afectando muy negativamente a los más necesitados del país.

Desde que el Sr. Castillo apareció en el plano político del país, después de la primera vuelta, el tipo de cambio se incrementó considerablemente, pero sin ninguna razón macroeconómica que justifique dicho incremento. Todo se debe al temor del desastre económico que causaría un gobierno comunista en nuestro país. Pese a esto, el 29 de julio nombró como primer ministro a una persona que había sido acusada de apología terrorista; y al día siguiente, como canciller, a un antiguo guerrillero. La respuesta económica no ha sido otra, sino la que podía esperarse: un incremento mayor del tipo de cambio. Es decir, un impacto más negativo aún en las economías domésticas.

Todo incremento del tipo de cambio trae como consecuencia un incremento de los precios de las materias primas y de los insumos importados; y estos, un incremento de la gasolina, del precio de los alimentos, de la harina, etc. Es decir, todo un desequilibrio económico que termina afectando especialmente a la población más vulnerable.

Viendo esta realidad, no tengo otra alternativa que dudar de la sinceridad del Sr. Castillo cuando afirma que le preocupan los más vulnerables. Si aún no se ha dado cuenta del vínculo estrecho que hoy en día existe entre la economía y las perspectivas políticas de un país, pienso que a partir de ahora cuidará mucho sus decisiones políticas. Pero, si al darse cuenta de lo que él mismo está ocasionando no rectifica, entonces ya no tendría más opción que afirmar, con seguridad, que él no tiene una preocupación auténtica por los más vulnerables.   

Una realidad que habitualmente no queremos mirar: la propia muerte

Alejandro Fontana, PhD

Al escribir sobre este tema no quiero caer en tragedias ni dramas. Mi propósito no es asustar a los lectores, ni hacerlos sentir mal. Es simplemente ayudarlos a ser conscientes de una realidad que siempre está presente en toda vida humana. Y que por eso, es mucho mejor tenerla en cuenta, y vivir dándole la cara.

¿Y esto también es necesario advertirlo en el mundo empresarial? ¡Yo pienso que sí…! Los directivos de empresas somos seres humanos; y la premisa de que un día voy a morir, con mucha seguridad nos ayudará a decidir mejor: ¿Qué dejo? ¿Qué he hecho que sea valioso? ¿Qué sentido ha tenido el tiempo que llevo viviendo? ¿Y en los años que me quedan, qué puedo hacer con ellos?

Además, de nosotros dependen muchas personas. Según el tamaño que tenga nuestra empresa o corporación, las familias a las que de una manera u otra afectamos con nuestras decisiones o con lo que dejamos de hacer pueden contarse hasta por miles. Me gustó mucho un comentario de Jack Ma, el dueño de Alibabá, en una entrevista que le hicieron en Estados Unidos. En ella, él comentó que cuando uno maneja una empresa con una facturación de miles de millones, entonces ya no puede solo pensar en sí mismo, sino que debe pensar en los demás, en todos aquellos que dependen de esa empresa. “¡Es gran una responsabilidad!”, acotó.

Mirar de frente a la propia muerte nos ayuda a perderle miedo; …el miedo no es buen compañero de viaje. Por eso nos conviene profundizar en esta realidad, y esto es lo que querré hacer brevemente ahora.  

La muerte no es el final de la vida… ¡No!, al contrario, es el inicio del amor. Los que son verdaderamente cristianos lo tienen muy claro, y por eso viven más tranquilos.  Además, ellos saben que para ellos será el encuentro con el Amor, escrito con mayúscula, porque en cristianismo, escribir Dios o Amor es escribir, exactamente, lo mismo.

Ahora bien, no siendo cristiano uno también puede experimentar la misma convicción: que la vida no termina con la muerte. La persona humana no se puede reducir a la nada con la muerte: ¡la vida sería un absoluto y triste absurdo!… La capacidad de querer a los demás nunca se pierde, porque esa realidad no es corruptible como lo es la materia; no hay forma de que se consuma. Su inmaterialidad nos sirve para afirmar que la persona trasciende lo temporal…

La vida es una realidad mucho más rica que lo únicamente biológico. De hecho, conocemos formas de vida que superan la dimensión biológica: como la amistad, el cariño entre esposos y entre padres e hijos. La amistad es un estadio de vida superior: tiene unas componentes inmateriales, que superan la dimensión biológica y por eso es mucho más fuerte, y eterna… si se sigue cultivando. Lo notamos en la coordinación y la sincronización que se da entre amigos, o entre las personas que se quieren.

En el sector empresarial también tenemos experiencia de este tipo de vida. Quienes han tenido la posibilidad de trabajar en un área donde prima la amistad, habrán descubierto la gran diferencia. Más aún, estoy seguro que no solo lo han pasado bien, además habrán vivido una etapa de mucha creatividad y eficacia. En consecuencia, pienso que tenemos suficientes argumentos para pensar que entre los distintos tipos de vida, también cabría uno que no requiriese la dimensión biológica.

¿Por qué entonces no querer mirar la realidad tal como es, y a partir de ella plantear cómo viviremos el tiempo que aún nos queda? Una comparación algo original, pero muy práctica es aquella que dice que vivir es como ir de compras con una tarjeta de débito de la que no se sabe el saldo que aún tiene… Casi seguro, que si nos sucediera esto en algún momento, miraríamos con mucho más cuidado lo que compramos…no sea que nos quedemos sin lo más necesario.

Puestos a dar la cara a esta realidad totalmente humana; una idea final, que tomo de un clásico de la mística castellana del siglo XVI y un gran poeta: “Al atardecer, nos examinarán en el amor”… Los auténticos hombres contemplativos son capaces de hacer este tipo de síntesis de la vida. Creo que es un consejo que podríamos tener presente…    

Un aprendizaje aún pendiente en el sector empresarial

Alejandro Fontana, PhD

Hay directivos de empresas que consideran que el pago de los impuestos es su principal contribución al desarrollo. Pienso que nadie discute lo relevante que los impuestos de algunas empresas pueden ser para el sostenimiento del aparato estatal y de las iniciativas públicas.  Sin embargo, lo que quizás tenemos que reconocer es que para los habitantes de la localidad donde operan las empresas, esto no es suficiente.

Por eso, es un deber para los que estamos en la Academia mostrarle a la Alta Dirección de las empresas que cualquier iniciativa empresarial en un territorio determinado la convierte, de facto, en un actor co-responsable del destino de la población de dicho territorio. Y debemos comentarle también, que cuando la empresa asume adecuadamente este rol, no solo consigue vencer las resistencias sociales que pudieran haber surgido; sino que además, levanta el nivel económico, social y cultural del entorno donde opera, convirtiéndose así en un soporte auténtico del desarrollo local.

En este sentido, desearía comentarles los detalles de una intervención empresarial en una zona suburbana de Lima, que ilustra muy bien estas ideas.

El responsable del proyecto, un joven egresado de una universidad donde se procura enseñar a los alumnos a tener sensibilidad por los demás, llegó a la zona a construir un complejo comercial. En ese momento, se percató de las condiciones de vida de su población: sin servicios, con viviendas rudimentarias, sin veredas ni pistas, etc. Todo esto le planteó en conciencia hacer algo por esta población.

Como era de esperar, antes de iniciar las obras de este complejo se le presentaron algunas agrupaciones locales en plan de protesta. Ellos reclamaban, porque sentían que el futuro complejo comercial iba a quitarles sus pocos recursos. Sin embargo, accedió a conversar con sus dirigentes, y les preguntó que querían. Al terminar la reunión, él se había comprometido con unas obras para la población.

Cuando se lo comentó a sus jefes, la reacción de ellos fue de gran disgusto. Consideraban que él se había excedido en sus atribuciones. Sin embargo, como este joven profesional era muy hábil, les respondió que él había hecho sus cálculos y que todos los recursos necesarios para las obras de la localidad, él los iba a obtener de los ahorros que pensaba conseguir en el proyecto original. Bajo este supuesto y con su compromiso, sus jefes le aprobaron sus decisiones previas.

Entonces, con un seguimiento cercano del proyecto pudo asegurarse los recursos necesarios, y así consiguió cumplir los compromisos que había adquirido con la población. Sin embargo, cuando estaba por concluir la obra, recibió una llamada telefónica del principal directivo local. Ellos le pedían ahora una cancha de vóleibol. En ese momento, este joven directivo recordó que aún le quedaba pendiente la construcción del estacionamiento, y que además, este era bastante amplio. Entonces, accedió a construirles también esta cancha. Para hacerlo, le bastaba ampliar una cantidad mínima el estacionamiento, pintar unas rayas y colocar una net. Y así lo hizo.

Cuando faltaban pocos días para la inauguración del centro comercial, recibió una nueva llamada del dirigente local. Pero cuando le preguntó qué más necesitaban, este dirigente le dijo que ya nada más; que lo que la población quería saber era cuándo abrían, para ir cuanto antes a comprar al local…

No cabe duda que esta historia puede repetirse en múltiples ocasiones. Requiere, eso sí, directivos sensibilizados por las necesidades de la población; y también, que sean capaces de hacerse honradamente con los recursos necesarios. Ahora bien, el efecto puede ser mucho mayor si la Alta Dirección de las empresas se convence de esta premisa: toda iniciativa empresarial tiene un rol protagónico en el desarrollo de la población que vive en el territorio donde opera la empresa.

No es ético actuar contra conciencia

Alejandro Fontana, PhD

La ética es una ciencia que tiene como objetivo cuidar al decisor o agente, más que a los afectados por la acción de aquel. Aristóteles afirmaba que cuando un hombre comete una injusticia, el más perjudicado no es el sujeto que padece la injusticia, sino el que la comete. Y esto se da, porque con una determinación libre y sin que medie ningún tipo de coacción, ese sujeto actuante se ha hecho injusto, ladrón, mentiroso, deshonesto, etc. Y la principal consecuencia de ese hecho será que dicha condición nunca se la podrá quitar ni retirar: él mismo se la impuso con su decisión voluntaria y libre.

Entonces, para evitar que la persona humana se imponga a sí mismo y por propia voluntad este tipo de condiciones es que surge la ética. La ciencia que ayuda a ser consciente de las consecuencias que podrían tener en él sus propias acciones. Ahora bien, esta ciencia con este tema específico busca un agente perfeccionante. Si se trata de criterios para juzgar mejor, busca un juez. Ese juez es la conciencia personal que todo ser humano posee. La conciencia es un hábito innato -sindéresis, le llamaban los escolásticos- que tiene como función distinguir la calidad de bien en una acción (comúnmente decimos: la capacidad de distinguir lo bueno y lo malo de un acto). En la realidad, se trata de la capacidad de apreciar el tipo de bien que atrae detrás de cada una de las alternativas que la elección presenta. De un lado, un bien sensible, pero limitado y pequeño en una posición; y en el otro, un bien grande, pero arduo y difícil.

Esta situación hace que la preocupación por la calidad del juicio personal sea una tarea esencial en la persona humana, y a la que deberíamos dedicar tiempo y energía. Debemos evitar que este ‘juez’ interno no sufra deformaciones por falta de objetividad, es decir, por falta de conocimiento de la realidad. Una vez más, la frase “la verdad os hará libres” cobra una relevancia singular. Solo el conocimiento adecuado de la realidad, permitirá que nuestra conciencia emita juicios acertados, y que, por tanto, nuestras acciones sean libres, en el sentido de llevarnos a donde realmente deseamos ir.

Ahora bien, una vez que la conciencia emite su juicio, actuar al margen de dicho juicio no es ético. No podríamos decir que somos éticos, si habiendo comprobado la falsificación de una realidad, dejáramos de oponernos a dicha falsificación por comodidad, por cansancio, por una simple renuncia ante las consecuencias de una larga espera. En este sentido, y con relación a las últimas elecciones presidenciales, no serían éticos quienes estando convencidos de que hubo un fraude, no continuaran oponiéndose a dicho hecho. Para ellos, no es ético claudicar.  

Antes de terminar dos consideraciones. A nivel ético, lo que está en juego son los valores personales; es decir, la calidad de nuestra personalidad. Y finalmente: no temer la realidad, no temer la verdad… La verdad nos libera, también de las acciones delictivas de nuestra vida pasada. Para saber más de esto, basta preguntarles a los cristianos. Ellos están convencidos de que la Verdad se ha encarnado, precisamente, para liberar a todo hombre que lo quiera de su pasado equivocado.             

El reto de la rectitud en las elecciones: las personas siguen siendo claves

Alejandro Fontana, PhD

Recientemente los peruanos nos hemos expresado políticamente para elegir las autoridades democráticas que liderarán nuestro país los siguientes cinco años. En condiciones de un verdadero interés por el bien común, a estas alturas, hubiéramos conocido ya el resultado de nuestra elección. Los hechos, sin embargo, apuntan a mostrar que el proceso no ha sido conducido bajo la óptica de la búsqueda del bien común.

Por lo tanto, esta situación me permite analizar la relevancia que nuestra sociedad ha prestado o no, a la adquisición de una calidad moral de sus integrantes. Me preguntaría, ¿los criterios morales están presentes en nuestra vida profesional? ¿de qué manera desde las empresas y desde la administración pública se promueve y se enseña este tipo de comportamiento? ¿cuánto se profundiza en las cuestiones éticas en las Escuelas de Negocio y en las Escuelas de preparación para la actividad pública? Hemos de convencernos, que la sostenibilidad de una sociedad requiere la construcción de criterios éticos a nivel personal y colectivo.

Para mostrar, de modo académico esta realidad voy a utilizar un modelo elaborado por el profesor Josep Rosanas, del IESE. Es una modelo sencillo que puede aplicarse a toda realidad donde se presenten una estructura formal de actuación: un reglamento de un club, un sistema de incentivos en una empresa, una norma jurídica, etc.; y la actuación propia de los decisores, quienes deben aplicar dicho reglamento, sistema o norma.

 Como tenemos dos variables independientes, entonces podemos armar un espacio cartesiano. En el eje horizontal aplicaremos la calidad técnica del sistema formal (reglamento, sistema o norma); y en el vertical, la calidad moral de los decisores que aplican dicho sistema. Con relación a la calidad técnica del sistema formal, podemos plantearnos dos alternativas. De un lado, que el sistema es justo y muy bueno: ha sido hecho con mucha precisión y buscando efectivamente el bien común. Y de otro lado, que el sistema tiene más bien fallas técnicas, o que es ambiguo y tiene muchos puntos que darían ocasión a faltas de justicia, corrupción, etc.   Finalmente, en cuanto a los decisores, podríamos optar también por dos alternativas de clasificación: se trata de personas justas; o más bien, se trata de personas que buscan su propio interés y no el bien común.

Como consecuencia de esto, obtendríamos la matriz que se recoge en la siguiente figura:

Fuente: Teoría de los sistemas formales e informales del Prof. Josep Rosanas

Por lo tanto, esta matriz nos permite apreciar que los escenarios deseables son el A y el D. Ambos escenarios con un elemento común: la calidad ética de los decisores. De allí la necesidad que como sociedad, tenemos de empeñarnos cada vez más en fomentar y promover la calidad moral. Es una cualidad imprescindible para nuestros directivos, jueces, autoridades políticas, funcionarios, directivos de sindicatos, profesores, profesionales, comerciantes, operarios, técnicos, estudiantes universitarios, escolares, niños…

Pienso también, que a partir de este análisis, cada uno de nosotros puede hacerse una idea  de qué deberíamos exigir como sociedad al observar unas irregularidades en el actual proceso electoral.  

Ante las próximas elecciones

Alejandro Fontana, PhD

            Dentro de pocos días, en nuestro país, se decidirá la calidad de futuro que queremos para nosotros y para los nuestros. Algunos piensan que todo ya está hecho, que lo que nos tocará será sufrir una serie de atropellos y despojos, porque el destino así lo ha querido, o porque, acaso, otros no hicieron antes lo que debían hacer.

            Si fuera así, una vez más, se cumpliría aquello de que otros son los que deciden nuestro destino, sin darnos cuenta, también una vez más, que el porvenir siempre ha estado y seguirá estando en nuestras manos y en nuestros corazones.  La decisión no la tomarán otros, porque la podemos, la debemos tomar nosotros mismos.

            A lo largo de las publicaciones que he hecho hasta ahora, he procurado desvelar la responsabilidad que tenemos aquellos que ocupamos puestos directivos en el sector empresarial. Somos responsables de nuestros colaboradores, en particular; y en general, del bienestar de la sociedad. Quienes estamos en el sector empresarial no solo generamos una riqueza material; fundamentalmente, resolvemos una necesidad social, una problemática que no se resolvería si faltasen las empresas. El impacto y la capacidad que tiene, por tanto, este sector es muy grande. Y como tiene estas capacidades, también hemos de sentirnos responsables por el bienestar de toda la población, especialmente de los más débiles.

            Por tanto, con la preocupación por el futuro de todas estas personas y sus familias, y sabiendo que por nuestra posición podemos llegar a muchas familias, considero que estamos en capacidad de neutralizar la amenaza política actual. Cuando el sector empresarial se vincula con las familias de sus colaboradores, las de sus proveedores y las de las economías domésticas, se genera un escudo tan fuerte que ninguna amenaza política es capaz de vencer. En ese sentido, me gusta mucho poner el ejemplo de Industrias San Miguel del Caribe, que superó un torbellino político en República Dominicana, precisamente, por la fuerza de su vinculación con las familias de los pobladores y las de las economías domésticas.

            Como tareas, nos quedan: ahora, hacer ver a las personas que dependen de nosotros, que si deseamos un país con libertad y con bienestar, especialmente para los más necesitados, solo tenemos una opción. E inmediatamente luego, asumir el rol que nos corresponde: promover y velar por el bienestar social. Estamos llamados a trabajar intensamente por el bienestar de nuestra gente, y también por la de aquellos que huyendo de realidades crueles vengan a cobijarse a este país generoso, que siempre se ha caracterizado por su hospitalidad con el extranjero.

            El peor momento de la historia del país lo vivieron nuestros abuelos o bisabuelos al terminar la Guerra del Pacífico. Ningún medio de producción quedó en pie; todo había sido destruido. Hubo hambre y muchas penurias. La tarea, además, era enorme; había que rehacer todo, y eso, sin contar con el apoyo de la generación joven, que había caído en la defensa de la patria. Pero esos hombres y mujeres, que habían perdido sus hijos, se sorbieron sus lágrimas, se levantaron, y ellos mismos, reconstruyeron nuevamente la nación, generando alimento y cobijo a toda la población. No contaron con ninguna ayuda internacional, tampoco con la ayuda del Estado, que no tenía nada, porque el único ingreso que le había quedado fue el pobre impuesto de la aduana del Callao. Todo se hizo con el esfuerzo y el trabajo de todos, eso sí, asumiendo cada uno su rol en la búsqueda del bienestar social.  Una década después, y a pesar de las pérdidas que se habían tenido, la economía del país era más floreciente, incluso, que la de antes del conflicto.    

            Adjunto un testimonio de alguien que padeció en primera persona el horror del terrorismo. Eso es lo que las ideologías del odio generan a su alrededor. Este testimonio puede ayudarnos en la labor que ahora, debemos asumir para defender a nuestra gente y a los más vulnerables de nuestro país. La historia, felizmente, sigue estando en nuestras manos…

CARTA ABIERTA A MIS COMPATRIOTAS

Por Mons. José Antonio Eguren Anselmi

Queridos Compatriotas: Después de haber orado y discernido, les escribo esta “Carta Abierta” ante la difícil encrucijada en la cual nos encontramos de cara a la segunda vuelta electoral. Mi amor al Perú me ha movido a hacerlo. Lo hago como un peruano más, que no quiere para su país que el totalitarismo comunista destruya nuestra libertad, nuestros derechos e independencia, aquellos que precisamente hace 200 años nos legaron nuestros Próceres y por la cual derramaron su sangre nuestros Héroes.

La disyuntiva electoral ante la cual nos encontramos ha traído a mi memoria males y peligros que pensé que nunca más volverían a aparecer en nuestro futuro como país. Ha traído el recuerdo de una ideología totalitaria que acepta que el fin justifica los medios, sin importar si éstos traen atropellos, violencia y muerte. Es la utilización de la democracia por quienes no creen en ella sino solamente en su ideología.

Cuando era un joven sacerdote me enteraba a diario con dolor y estupor de las atrocidades que cometía en aquel entonces el terrorismo demencial de Sendero Luminoso: masacres de comunidades enteras de humildes pobladores de nuestros Andes y Selva, así como de personas en las ciudades. A ello se sumaban los asesinatos de miembros de nuestras Fuerzas Armadas y Policía Nacional, y los demenciales atentados con coches bomba llenos de dinamita y anfo, de odio y muerte. En algunas ocasiones me tocó confortar espiritualmente a familias a quienes el terrorismo les asesinó o secuestró a un ser querido.

Los jóvenes de hoy no han vivido aquella época de barbarie y zozobra en las que además pasábamos largas noches sumidos en la oscuridad por el derribo de las torres de alta tensión, y nuestros padres esperaban nuestro regreso a casa sumidos en la angustia y el temor, pues no existían los celulares en aquellos tiempos.

Recuerdo que, cuando San Juan Pablo II realizó su histórico primer viaje apostólico al Perú el año 1985, regresando el 4 de febrero ya de noche de su visita a Piura y a Trujillo, Lima quedó en tinieblas por un nuevo atentado terrorista, y en la cumbre del cerro San Cristóbal se dibujó la hoz y el martillo, símbolos del nefasto comunismo, «intrínsecamente perverso» como enseñaba Pío XI, que proclama al odio y a la violencia como los motores de la historia. ¿Volverá a dibujarse 36 años después?

En 1989, fui vicario parroquial y me tocó servir pastoralmente en la zona de Ate-Vitarte, que en aquellos tiempos era un distrito con fuerte presencia senderista. Fui amenazado de muerte, exigiéndome Sendero cerrar el templo y no volver. No hice caso. Según me contaron mis entonces feligreses, por desencuentros providenciales en días y horas, los que iban a atentar contra mi vida no me encontraron.

Los comedores parroquiales de mi capilla de la Santísima Cruz de Ate, que daba alimento gratuito a los más pobres en aquellos tiempos de crisis y violencia homicida, fueron varias veces saqueados por los terroristas quienes se llevaban las reservas de alimentos para los pobres y destruían la humilde infraestructura de los comedores al grito de, “hoy es paro armado, aquí nadie cocina”, pretendiendo así amedrentar a las valerosas mujeres que se disponían a cocinar para las familias de su comunidad, pero que nunca dejaron de hacerlo a pesar de las amenazas. Jamás se dejaron robar la esperanza.

No olvidemos que el odio totalitario de Sendero Luminoso a la fe católica llevó al asesinato de tres sacerdotes por negarse a abandonar a su grey, los cuales fueron beatificados el 2015. Recientemente el Papa Francisco también ha firmado el decreto de beatificación por el martirio de la religiosa misionera María Agustina Rivas López conocida como «Aguchita», asesinada en 1990. El factor común de los cuatro era la práctica de la caridad con el prójimo y predicar en nombre de Cristo.

Para los llevados por la ideología senderista y comunista, darle de comer a los hambrientos, es adormecer sus conciencias frente a la “lucha de clases” y a la “revolución”. Para ellos, la religión es, como afirmaba Marx, el “opio del pueblo”. No nos extraña por eso su odio a la fe, a cuyo anuncio se ha forjado el Perú, y que ha sido y es fuente de unidad, amor y fraternidad entre los peruanos de todos los tiempos, de todas las clases sociales y de todas las sangres, porque sólo Cristo puede ser principio y fundamento de una auténtica reconciliación social.

Ahí está como prueba de ello la procesión del Señor de los Milagros, la manifestación pública de religiosidad popular más grande del mundo. Ahí está también, como prueba de ello, el decidido compromiso solidario y caritativo de la Iglesia en estos tiempos de pandemia con los enfermos y sus familias, y con los que hoy han perdido su trabajo y pasan hambre.

De otro lado, no olvidemos que la libertad religiosa es un derecho fundamental de la persona humana a defender, y que por encima de las ideologías y los partidos políticos, está la verdad de Cristo, plenitud de todo lo humano, y para los católicos, nuestra adhesión a la Iglesia, la cual siempre nos ha inculcado, junto con la fe, nuestro amor y compromiso con el Perú, nuestra Patria. No hay que olvidar que el 90% de los peruanos se identifica con la fe cristiana.

Soy consciente de la penuria, pobreza y miseria por la que pasan aún hoy en día millones de compatriotas que no tienen los más elementales servicios públicos, e igualdad de oportunidades para su realización personal, familiar y comunitaria. Ciertamente existe en amplios sectores sociales de nuestro país una rabia y una frustración por culpa de los malos gobiernos que hemos tenido y de un sector frívolo de nuestra sociedad que aborda la vida con superficialidad, preocupándose solamente por lo que le pasa a nivel individual, sin comprometerse con las necesidades de los demás, especialmente de los más pobres.

Todo ello se ha agravado aún más por la terrible pandemia que todavía sufrimos, acentuada por la pésima gestión de los que integran el Ejecutivo, y que ha cobrado la vida de miles de compatriotas, sumiendo en el dolor y la pobreza a muchísimas familias peruanas que no tienen un acceso digno a los servicios de salud. Las desigualdades injustas y la marginación han de ser un constante incentivo para toda conciencia, especialmente la cristiana, pero no por medio de opciones de odio y de muerte.

Precisamente como nos dijo de forma profética San Juan Pablo II en Ayacucho en 1985: “Grave es la responsabilidad de las ideologías que proclaman el odio, el rencor y el resentimiento como motores de la historia. Como el de los que reducen al hombre a dimensiones económicas contrarias a su dignidad. Sin negar la gravedad de muchos problemas y la injusticia de muchas situaciones, es imprescindible proclamar que el odio no es nunca camino: sólo el amor, el esfuerzo personal constructivo, pueden llegar al fondo de los problemas”.

Ver ahora que el peligro de la alternativa violentista y totalitaria de aquellos tiempos pueda hacerse del poder en el Perú en las próximas elecciones me lleva a decirles a mis compatriotas que no podemos permitir que grupos vinculados o afines a Sendero Luminoso, o acríticos a éste, puedan regir los destinos de nuestra Patria para perpetuarse en el poder y llevar adelante su agenda de división, violencia y más pobreza, bajo la falsa apariencia de formas democráticas, pero que son en verdad expresiones de la manipulación del poder y del adoctrinamiento.

¿Queremos ser otra Cuba, Bolivia, Nicaragua o Venezuela, donde la libertad sea conculcada? ¿Queremos un país sin democracia dónde la pobreza extrema llegue a niveles siderales? ¿Queremos un Perú donde nuestra fe cristiana no sea respetada y tomada en cuenta? La sangre de 70,000 muertos de la época de la delincuencia terrorista que sufrió el Perú, nos reclama no ser cómplices de la tragedia que les costó la vida. Esperemos que la sabiduría del pueblo no se vea engañada por falsas promesas que aprovechan sus frustraciones para llevarlo a un precipicio.

 Los que nos han gobernado, especialmente en los últimos 20 años, tendrán que rendir cuentas, no sólo ante la justicia humana, sino sobre todo ante la Divina, por su incapacidad e indolencia para resolver los problemas estructurales del país pudiendo hacerlo, por no haber luchado contra la corrupción y/o haber participado de ella, por no haber promovido adecuadamente la justicia social en áreas tan importantes como la salud, la educación, la vivienda, el trabajo, y la economía habiendo recursos abundantes para ello, y por haber envilecido la política con la mentira y el beneficio propio, cuando ésta es una de las formas más preciosas de la caridad, porque el objetivo de la política es la búsqueda de algo tan noble y elevado como el bien común.

Los peruanos iremos a las urnas el próximo 6 de junio, curiosamente en la víspera del “Día de la Bandera”, que conmemora la gesta de Arica, donde un puñado de valientes peruanos resistió al invasor hasta el último cartucho. El Coronel Francisco Bolognesi Cervantes y sus soldados hoy nos miran desde la gloria. A ellos no les preocupaba sufrir o morir. Sólo les preocupaba una sola cosa: No defraudar al Perú. Y no lo hicieron, dejándonos una de las más hermosas páginas de amor a nuestro país. Hoy sus voces nos gritan desde lo más alto del Morro: “Peruanos, hermanos, no defrauden al Perú. Vean vertida nuestra sangre y entregada nuestras vidas. No defrauden a nuestra Patria”.

Que el próximo 6 de junio, Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo, fiesta de tanto arraigo y devoción en el Perú, Jesús, realmente presente en la Hostia Santa, bendiga a nuestra Patria, la libre de todo peligro presente y futuro que ponga en riesgo la paz, el orden social y los derechos fundamentales de todos los peruanos. Que Jesús Eucaristía, nos ayude a preservar nuestra frágil democracia, y con ella la libertad, la justicia, la unidad y la amistad social en el Perú.

San Miguel de Piura, 24 de mayo de 2021

Monseñor José Antonio Eguren Anselmi

DNI 07187551

Solo es rico quien sabe ser pobre

Alejandro Fontana, PhD.

Los recursos materiales son medios, no fines. Sin embargo, tienen la rara capacidad de absorber a la persona: son atractivos, brillan y deslumbran… Un viaje de descanso en el que no tienes que hacer nada, que pasarás los días visitando lugares turísticos, y en la noche saldrás a comer a lugares atractivos. Y en el que viajarás con comodidad y rodeado de amistades…

Cuando alguien tiene ocasión de vivir este tipo de experiencias, no es de extrañar que luego pueda imaginarse la vida así; y que pretenda que la mayor parte de su vida tengan este cariz. Pero si sucede esto, lo que se ha dado es un desenfoque del valor que tienen los medios materiales. De ser medios, se han convertido en fines de una vida.

Los pensadores griegos llegaron a darse cuenta de esto. El refinamiento de la cultura helenística llegó a tal nivel, que Aristófanes quiso recoger en una de sus comedias una advertencia sobre el desenfoque en el uso de los bienes materiales. En una de sus comedias, este autor personifica a la pobreza agobiada de invectivas por la sociedad de Atenas. Y por más que la pobreza protestaba: “pero, yo soy quien hago mejores a los hombres”, la expulsaron brutalmente de la ciudad.   

Pero, ¿cómo distinguimos que estamos usando los bienes materiales como medios y no como fines? ¿Qué permite a una persona que dispone de medios materiales seguir siendo pobre?

Los bienes materiales son medios y no fines cuando su uso contribuye al engrandecimiento de nuestra personalidad. Por ejemplo, al disfrutar un plato sabroso, que seamos capaces de que nos brote un gracias a las personas que lo prepararon; y un gracias, también, al Creador, que ha ordenado todo en el tiempo para que podamos disfrutar, en ese momento, de ese bien. Los bienes materiales también son medios cuando nos ayudan a ser más conscientes de nuestra dependencia: que somos objeto del cariño y la atención de otras personas, y que, por tanto, estamos en deuda con ellas.

En este sentido, tampoco hemos de olvidar, que todo lo que gastamos es consecuencia de un gran plexo. Un plexo social formado por todos aquellos que de alguna manera han contribuido a que nosotros estemos disfrutando de esos bienes materiales: los que trabajan en la explotación de los recursos naturales, los que participan de los diversos eslabones de la cadena logística, los que están en la manufactura, los que nos facilitan los bienes con su servicio, los que mantienen la ciudad, los que aseguran la energía eléctrica, los que dan seguridad, etc. En la disponibilidad de unos medios materiales hemos de ser conscientes de la deuda que tenemos con ellos.

Al disponer de los bienes materiales también conviene vivir la solidaridad con las personas que sufren. Cuando tenemos la oportunidad de disfrutar un momento agradable, conviene recordar que en ese mismo momento hay muchas personas –que no conocemos– que están padeciendo en una clínica o en un hospital. Por tanto, es una buena ocasión para acompañarlos en sus dolencias: una pequeña privación nuestra –en sí, un pequeño detalle de pobreza– puede ser muy significativo.

Una pobreza que podemos vivir cuando, sin que nadie lo advierta, simplemente no escojamos el plato que más nos gustaría, sino el que en nuestro ranking de platos apetecibles, hemos colocado en el segundo lugar.

En una ocasión, en Genève, estaban dos directivos de empresas financieras almorzando en uno de los restaurantes más elegantes de la ciudad. Al tratar sobre sus estilos de vida, uno de ellos, y ya en un momento de confianza, le comentó al otro, que él procuraba tener un estilo de vida pobre.

–“Y ¿cómo vives la pobreza?, le objeto su compañero comensal. “¡Ahora mismo, estamos en uno de los restaurantes más caros de Genève!”, continuó.

– “Has visto la carta”, le comentó el protagonista de la historia.

– “De entrada, tú has pedido este plato; yo, este otro. De plato de fondo, tú pediste este; yo este otro. Y de postre, tú pediste este; y yo, este otro. Todos los platos que yo he escogido son más económicos que los platos que tú escogiste…”

Si el protagonista de esta historia no nos hubiera contado, probablemente nunca nos hubiéramos enterado de estos detalles tan personales, pero reales de cómo él vivía la pobreza. Como recogía Aristófanes al hablar de la pobreza: “soy yo quien hago mejores a los hombres”. Por eso, si no conseguimos introducir a la pobreza en nuestra propia vida cotidiana con detalles de desprendimiento pequeños, pero reales, no conseguiremos ser dueños de los bienes materiales, sino que ellos serán los dueños de nosotros. Un peligro que como directivos de empresas hemos de evitar.