Aunque la corrupción parezca cubrirlo todo, es vencible

Alejandro Fontana, PhD

Algunas de las acciones del nuevo gobierno de nuestro país parece que siguen la misma línea de búsqueda de intereses personales que han tenido varios gobiernos anteriores. Hay, incluso, varios compatriotas nuestros que ya se sienten arrepentidos de haber confiado en un discurso que parecía ser diferente.

Ante esta situación, no es extraño que el ánimo de muchos de nosotros sea de una cierta desesperanza. Quizás, es que muchos seguimos pensando que la solución a nuestros problemas, y entre ellos, la corrupción del estado, viene por un cambio de sistema. Caer en la cuenta que esto no se da una vez más hace que nuestra ilusión decaiga, y que además, consideremos que no hay mucho más que hacer.

Pero la realidad es diferente, porque no es el sistema el determinante, sino las personas, y además, cada una de ellas. Por eso, una vez más debemos levantar la mirada, y fijar los objetivos donde siempre debieron estar: la solución a los problemas de corrupción pasa necesariamente por la calidad moral de cada uno de nosotros; por la adquisición de las virtudes morales: justicia, templanza, fortaleza y prudencia; y por descubrir que la vida tiene un sentido trascendente: un propósito personal.

Quiero llamar la atención sobre un hecho real, que por ser sencillo y frecuente, nos puede pasar inadvertido, pero que sin embargo, puede cambiar el enfoque de nuestra mirada sobre la realidad. Me gustaría preguntarle a cada uno de los lectores lo siguiente: a tu alrededor, ¿hay más gente buena o hay más gente mala?… Sí, allí donde estás, en tu barrio, en tu empresa, en tu oficina, en el hospital donde te atiendes o en la clínica a la que acudes, ¿qué tipo de persona encuentras con más frecuencia?… Y creo no equivocarme, si respondo por ti: realmente, hay más gente buena que mala.

Por lo tanto, si esto es así, ¿tenemos motivos para desanimarnos, porque aún seguimos luchando contra la corrupción?… ¡Pues, no!, incluso, me atrevo a afirmar: en las oficinas de la administración pública hay también más gente buena que corruptos.

Y entonces, ¿qué debemos hacer para erradicar la corrupción de nuestro país, de nuestras empresas y de nuestra administración pública? La respuesta es sencilla: seguir trabajando de modo honrado; no dejarse ganar por el corto-circuito de la solución de corto plazo a costa de lo ético; trabajar con seriedad y responsabilidad; ser justo; ser generoso con los que menos tienen…

El bien, el buen obrar es difusivo, atractivo y contagioso. Lo bueno atrae, motiva, despierta interés. Le ocurre exactamente lo que le pasa a la luz: donde aparece, disipa las tinieblas; vence la oscuridad. Por tanto, la mejor manera de vencer a la corrupción en nuestro país no es deseando alcanzar un sistema que todo lo arregla, pero que por ser sistema, no nos puede arreglar a nosotros. Pienso que esta alternativa nos puede ilusionar, pero debemos reconocer también que nunca será suficiente; siempre será necesario que involucre, en lo personal, a cada uno de nosotros.

No deseo terminar este breve artículo sin dirigirme a las personas que laboran en la administración pública. Varios de ellos pueden sentirse ahora más desanimados por las características éticas de sus jefes o de los nuevos funcionarios de confianza de los políticos de turno.  

Pienso que ustedes tienen un rol muy importante en el cambio moral de la administración pública. En el Estado, no puede ejecutarse ninguna disposición sin que la firme o avale un funcionario público. La clave, por tanto, está en la calidad moral de quienes ocupan estas posiciones. Y como ya hemos visto que hay más funcionarios públicos buenos que malos, a los que procuran hacer el bien, simplemente, hay que animarlos a seguir siéndolo; y a que además, lo muestren.  Hemos de pedirles que sigan trabajando con mucha seriedad y profesionalidad; que continúen preparándose; que mejoren su dominio de la legislación; que digan no a los planteamientos y propuestas dudosas, aunque procedan de arriba; y que muestren los resultados positivos que tienen. Me pongo a su disposición para ayudarlos a documentar las experiencias positivas que tengan…

Y, sobre todo, consideren que su actuación será una fuente de bien, una luz que disipa las tinieblas de la corrupción, porque llamará a la imitación: el bien siempre es atractivo y difusivo. Con seguridad, será el medio de conseguir un cambio eficaz ante la corrupción: “el mal solo se vence con abundancia de bien”.

Publicado por Alejandro Fontana

Profesor universitario, PhD en Planificación y Desarrollo,

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