
Alejandro Fontana, PhD
Una de las cualidades que se le debe pedir a todo líder empresarial y a todo gobernante es una auténtica preocupación por los demás. Sin esta cualidad, no hay liderazgo directivo ni tampoco hay misión que pueda realizarse.
Para que la autoridad sea auténticamente humana, debe salir del círculo del propio interés. Esta es una condición que tiene toda acción humana para evaluarse como tal. Como comenta el Prof. Rivera en su artículo sobre cómo empoderar a los nuevos líderes empresariales con sentido ético, la gestión empresarial solo se puede llamar humana cuando el decisor decide pensando en no dañar su propia calidad personal. Es decir, actúa saliendo de sí mismo, anteponiendo los intereses del conjunto a su propio interés.
Con la misma lógica, puede afirmarse entonces que en el caso de un gobernante, su autoridad no se erige para imponer sus propias ideas o las convicciones del grupo que representa. La auténtica autoridad en una sociedad o de una nación tiene fundamento solo cuando se busca el bien común: lo que verdaderamente sirve y beneficia al conjunto.
No se trata de lo que a le gusta o le disgusta al que gobierna, sino de centrarse en lo que conviene al conjunto: lo más oportuno, lo más apremiante. Hace unos días, hemos escuchado en el discurso del señor Castillo comentar su visión sobre el uso que le agradaría dar a nuestro Palacio de Gobierno, y su deseo de que este se convierta en el museo de las culturas.
Siguiendo el discurso de su candidatura, y en parte también el de su mensaje, siempre ha prometido dar voz a todos los peruanos. Por lo tanto, pienso que en un tema tan vinculado con nuestra tradición y tan representativo de nuestra nación, no cabría tomar decisiones propias, sino abrirse a la opinión de expertos y del público en general ¿Qué queremos los peruanos? ¿Es eso lo que nos preocupa en este momento? Es una medida que debiera pasar también por un análisis económico. La autoridad debe primar el bien de todos los peruanos, no anteponer unas opiniones y gustos personales.
Sin embargo, esto no es lo que más me ha llamado la atención de la actuación del Sr. Castillo. Donde no veo ninguna coherencia es entre su anunciada motivación electoral: una preocupación por los más necesitados, y la indiferencia que muestra a las consecuencias económicas de sus decisiones políticas. Ahora mismo, estas están afectando muy negativamente a los más necesitados del país.
Desde que el Sr. Castillo apareció en el plano político del país, después de la primera vuelta, el tipo de cambio se incrementó considerablemente, pero sin ninguna razón macroeconómica que justifique dicho incremento. Todo se debe al temor del desastre económico que causaría un gobierno comunista en nuestro país. Pese a esto, el 29 de julio nombró como primer ministro a una persona que había sido acusada de apología terrorista; y al día siguiente, como canciller, a un antiguo guerrillero. La respuesta económica no ha sido otra, sino la que podía esperarse: un incremento mayor del tipo de cambio. Es decir, un impacto más negativo aún en las economías domésticas.
Todo incremento del tipo de cambio trae como consecuencia un incremento de los precios de las materias primas y de los insumos importados; y estos, un incremento de la gasolina, del precio de los alimentos, de la harina, etc. Es decir, todo un desequilibrio económico que termina afectando especialmente a la población más vulnerable.
Viendo esta realidad, no tengo otra alternativa que dudar de la sinceridad del Sr. Castillo cuando afirma que le preocupan los más vulnerables. Si aún no se ha dado cuenta del vínculo estrecho que hoy en día existe entre la economía y las perspectivas políticas de un país, pienso que a partir de ahora cuidará mucho sus decisiones políticas. Pero, si al darse cuenta de lo que él mismo está ocasionando no rectifica, entonces ya no tendría más opción que afirmar, con seguridad, que él no tiene una preocupación auténtica por los más vulnerables.