
Alejandro Fontana, PhD
El pasado jueves 23 de febrero, tuve la oportunidad de visitar el Comando de Educación y Doctrina del Ejército del Perú. Fue uno de los eventos preparados para que un grupo de directivos de empresas tuviésemos ocasión de reconocer las actividades y las capacidades que han desarrollado nuestras Fuerzas Armadas.
Con frecuencia, en el ámbito académico empresarial he escuchado de la necesidad que tienen los países emergentes de fortalecer sus instituciones. Para nadie es una sorpresa saber que una de las características de las economías emergentes es la inestabilidad política. Lo deseable en estas circunstancias sería, por tanto, un trabajo con las instituciones políticas para fortalecerlas y disminuir así dicha inestabilidad. Sin embargo, nuestra propia experiencia nos lleva a considerar que este no es el único camino para acotar dicha inestabilidad.
Hace varios años que en materia macroeconómica contamos en el país con una estabilidad admirada en toda Latinoamérica. A pesar de las dificultades políticas que hemos vivido -y aún vivimos-, la política monetaria del país se ha distinguido por contribuir a disminuir el efecto de la volatilidad política, y nos ha permitido seguir funcionando como una economía que emerge. Por tanto, aquí tenemos otra fórmula para disminuir el impacto de la inestabilidad política. Separar instituciones del influjo directo del ámbito político. Y es una fórmula de la que contamos con experiencia positiva.
Desde que las Fuerzas Armadas han comenzado a regirse con independencia del ámbito político; que, por tanto, siguen su propio ordenamiento y normativa, de modo que las decisiones que toman sus directivos sean juzgadas según el bien de la propia institución y del país, podemos afirmar que nuestro país tiene en sus Fuerzas Armadas, una institución competente y confiable.
El día jueves tuve la oportunidad de apreciar innumerables muestras de excelencia organizativa. Me llamó la atención el grado de coordinación que puede mostrar nuestro Ejército. Desde el perfecto ordenamiento físico en un acto militar a cargo de los cadetes de la Escuela Militar, hasta la milimétrica puesta en escena de lo que fue la Operación Chavín de Huántar, la logística de abastecimiento, el entrenamiento y las rutinas de los grupos de paracaidistas, y la exigente preparación para las actividades antisubversivas en el VRAEM.
Pero no solo he comprobado la calidad técnica y organizativa que hay en nuestras Fuerzas Armadas. También he sido testigo del espíritu de servicio y el amor a la Patria que hay en las personas que componen estas instituciones. Si, ahora mismo, nosotros podemos vivir en paz en nuestras ciudades y en muchos pueblos, en un país que es afectado por el terrorismo y el narcotráfico, es porque contamos con un buen grupo de peruanos, que se preparan técnicamente de modo arduo, que guardan una disciplina férrea que les permite tener acciones organizadas y coordinadas, pero sobre todo, que están dispuestos a sacrificarse, ellos mismos, por el bienestar y la tranquilidad de todos sus compatriotas. Y lo más notable, este espíritu de servicio -para todos ellos-, siempre está por delante de la atención a su propia familia y a su bienestar individual.
Por eso, pienso que debemos tener palabras de reconocimiento a la calidad de su trabajo, y tener también un agradecimiento permanente a todos los miembros de las Fuerzas Armadas. Desde el jueves pasado, soy consciente que el Perú siempre estará en deuda con todos ellos. Sin su esfuerzo y sacrificio, nada de lo que hacemos en la actividad civil sería viable.