
Alejandro Fontana, PhD
Las cuestiones que parecen evidentes en ocasiones nos pueden llevar a cometer errores. La imagen de un lago que se percibe cuando uno mira el horizonte de un desierto es uno de ellos. Quien observa esa imagen lo percibe de forma evidente, pero la realidad no es así. Realmente allí no hay un lago de agua, sino solo arena.
Cuando miramos la realidad humana, nos pasa algo semejante. Lo que solemos observar es lo externo, lo físico: aquello a lo que tenemos acceso de modo directo. Pero lo evidente nos resulta muchas veces convincente: “no te asomes a la ventana que te puedes caer”, le dice una mamá a su niño. Ella no ha hecho el estudio físico que hizo Isaac Newton, pero su experiencia le dice que la tierra atrae a toda materia. Y la materia de su hijo -ella así lo sabe- no es la excepción. Por tanto, hace bien en hacer dicha advertencia basada en su evidencia.
Pero las cuestiones más profundas de la naturaleza humana, no siempre se aciertan con un criterio de evidencia. Hay campos del ser humano que conocemos muy poco. De hecho, el espíritu humano no es evidente: varios lo niegan. Pero la falta de evidencia en algunas realidades no es exclusiva de la naturaleza humana, también se da en otros aspectos de nuestro mundo. Nadie ha visto -no es evidente- la electricidad. La conocemos por sus consecuencias, pero no es posible verla.
Entonces, no debemos sorprendernos que en la persona humana haya realidades que en la realidad se oponen a lo evidente. Cuando Maslow desarrolla su teoría sobre las necesidades humanas, él se fija en la realidad que rodea al ser humano. Lo primero que observa es que tiene una dimensión corporal; y que esa dimensión exige para subsistir el abrigo, la nutrición, la sed, el cuidado de la salud, el descanso, etc. Luego piensa en los peligros que pueden amenazar su subsistencia; y entonces, considera lo que requiere para tener una seguridad: de vida, la propiedad privada, el empleo, etc. Más adelante considera que la persona humana vive en sociedad, que requiere la aceptación de otros, y piensa en la necesidad de amistad y de afecto. Luego, se fija en el hecho de que uno requiere confianza en sí mismo para emprender proyectos; y finalmente, termina con el nivel de autorrealización, que supone la moralidad, la creatividad, la solución de problemas.

Si analizamos el proceso, ha seguido un camino de lo más evidente hacia aquello que menos se puede percibir: de lo corporal a lo espiritual. Y por tanto, implícitamente, sugiere que las llamadas necesidades más espirituales solo se alcanzarían luego de satisfacer las corporales y las más materiales. Pero la experiencia que recoge Viktor Frankl en su libro El hombre en busca de sentido, es totalmente discrepante con este enfoque. Frankl comenta que en el campo de concentración había personas que eran capaces de compartir la poca comida que tenían con otros, a quienes veían más necesitados; que estas personas pasaban por las distintas barracas confortando a los más débiles y enfermos, dando ánimos a todos; y lo más increíble: que precisamente muchos de ellos fueron los que sobrevivieron esas condiciones tan extremas de carencias materiales y falta de seguridad.
Y es que lo que no es evidente en la persona humana es que ella, más que un ser de necesidades es un ser con capacidad aportar a otros, porque tiene una dimensión espiritual. Y esta cualidad se pone en marcha cuando hay una decisión personal, y su despliegue se vale de los medios que dispone, aunque estos sean pocos.
Lo curioso -porque es menos evidente-, es que más que buscar satisfacer sus necesidades, lo que se requiere para conseguir el verdadero desarrollo de la persona es procurar que despierte en ella esta cualidad interna y propia de la persona humana: servir a los demás, pensar en los demás, interesarse por los demás. Este es el gran reto que tiene el educación de hoy.

Por lo tanto, para rectificar la propuesta de Maslow, para ir de lo más propiamente humano a lo que lo es menos, en vez de ir de lo más evidente a lo menos evidente, pienso que bastaría con invertir las posiciones de la pirámide. Quizás este nuevo enfoque nos ayude a dirigir mejor nuestra conducta personal y directiva.