
Alejandro Fontana, PhD
En una revisión bibliográfica muy detallada, Sergio Bolívar recoge los aportes que varios académicos han hecho sobre el concepto de responsabilidad social. En su estudio, este autor señala que el término Responsabilidad Social Corporativa lo formalizó por primera vez en la historia el economista norteamericano Howard Bowen, en los años 50 del siglo pasado. Y que desde entonces, este concepto se ha enriquecido con diversos enfoques que han procurado relacionar los distintas funciones empresariales: las finanzas, los principios éticos, la estrategia, los procesos empresariales y la gestión del talento. No obstante este esfuerzo, Bolívar también señala que aún hoy día no existe un concepto que dé una definición precisa a la Responsabilidad Social Corporativa.
Sin embargo, me parece muy adecuada la definición propuesta por Correa, Flynn y Amit en su estudio sobre la responsabilidad social corporativa en América Latina, y que Bolívar recoge en su revisión literaria. Para estos autores, la responsabilidad social corporativa es “una forma de negocio que toma en cuenta los efectos sociales, ambientales y económicos de la acción empresarial, integrando en ella el respeto por los valores éticos, las personas, las comunidades y el medio ambiente”.
Lo que más me atrae de esta definición es el modo sencillo de mostrar que toda actividad empresarial tiene un efecto social. Algo tan cierto y real, que se desprende del hecho de que toda actividad humana es social. Un ejemplo puede servirnos para ilustrar esta realidad en el contexto empresarial. Cuando una empresa extractiva llega a una localidad rural, ordinariamente genera empleo en ese lugar. Para cubrir esas plazas suele llevar trabajadores con experiencia de fuera de la localidad, pero también contrata a algunos pobladores locales. Desde el punto de vista de la oferta laboral, todo se ve como un aporte a la localidad: más empleo, un mayor movimiento económico en una zona que antes estaba olvidada, etc. Sin embargo, estos impactos positivos generan también unas consecuencias negativas que con frecuencia no se ven. El incremento del movimiento económico y del poder adquisitivo de algunos produce en la zona un incremento de la demanda. Y como consecuencia, los precios en el mercado local suben. Y aquellos que no participan directamente del movimiento económico de la empresa se ven afectados de modo negativo: su poder de adquisición ha disminuido seriamente.
Algo semejante también ocurre con la integración vertical hacia delante de algunos fabricantes o grandes distribuidores de productos de consumo masivo. Este tipo de integraciones verticales tienen un impacto negativo desde la perspectiva social en un país tan comercial como el nuestro. La cadena tradicional de distribución está compuesta de mayoristas grandes, mayoristas pequeños y una infinidad de bodegas. No es extraño, por ejemplo, que un gran distribuidor llegue a 20,000 puntos de venta. Tampoco es un realidad desconocida para quienes están en la distribución que un mayorista grande retenga un 6% de margen, que el mayorista pequeño se quede con un 7% adicional, y que finalmente la bodega tenga un 20% de margen. Por eso, el deseo de incrementar su margen suele hacer que las empresas grandes se planteen capturar el margen del mayorista grande, e incluso el del mayorista pequeño. Y también existen modelos de negocios que buscan sustituir a todas las pequeñas bodegas. A este modelo, le atrae mucho el margen económico que puede generar una red amplia con un poder de negociación fuerte ante el proveedor, y también ante el consumidor.
Siguiendo la definición de responsabilidad social corporativa de Correa, Flinn y Amit, podríamos afirmar que las empresas con estas estrategias no tienen una responsabilidad social corporativa. En su análisis estratégico, no ha existido la variable social, y no han tomado en cuenta el impacto social negativo que su estrategia de negocio genera en muchas familias. En un contexto como el nuestro, cuando una empresa productora o distribuidora se integra hacia adelante, deja automáticamente en la calle a muchas familias que vivían de los negocios familiares que son las bodegas o la pequeña distribución.
Además, en el sector se genera una concentración del valor económico agregado, produciendo una distancia mayor entre el que más gana y el que menos gana. La estabilidad social también requiere una cierta homogeneidad en la distribución del valor agregado generado. Por eso, ha sido muy positivo que este año varias empresas grandes hayan distribuido adecuadamente las utilidades que correspondían a sus colaboradores.
Quedémonos con una idea: hay estrategias de negocio que no son socialmente responsables. Al menos, no lo son en el contexto de nuestro país. De allí, además, que se deba tener cuidado con las recetas que alguien pueda traer de otras realidades. La definición de responsabilidad social corporativa de Correa, Flinn y Amit puede servirnos como recordatorio.