
Alejandro Fontana, PhD
Cuando uno tiene oportunidad de reflexionar sobre lo vivido, saca enseñanzas que pueden convertirse en diferenciales. Por eso, muchos autores aconsejan tomarse un tiempo para esta labor. No es poco frecuente que la vida parezca ir tan rápido, que no permita este tipo de acciones. No hay que confundir lo urgente con lo importante. Y para vivir mejor el presente, como comentó Marian Rojas en la conferencia que dirigió a la Asamblea Alumni del PAD el pasado 23 de junio, hay que detenerse a mirar con tranquilidad el pasado, y no angustiarse por el futuro.
En este sentido, aprecié mucho la explicación que ella dio sobre la segregación de cortisol y los impactos que origina en el organismo cuando se da de modo inadecuado. Según esta PhD en psiquiatría, esta hormona se segrega cada vez que el organismo debe enfrentar una situación extrema. Ella es la responsable del estado de tensión que conviene tener ante un peligro inminente, de allí que sea la causante del estado de alerta del organismo.
Sin embargo, como ella misma explicaba, el cerebro humano no es capaz de diferenciar una situación de peligro real de una que solo es imaginaria. En ambos casos, manda segregar esta hormona para poner en alerta del organismo. El inconveniente de esto es que el estado de alerta agota al organismo, y le ocasiona problemas de orden físico, psicológico y conductual, que pueden ser muy graves.
En este contexto de estados de alerta y sus inconvenientes, puedo exponer algunos de los aprendizajes que extraje de de este tiempo de dificultades.
El primero de ellos está relacionado con una convicción mayor sobre la fragilidad humana. A diferencia de lo que en ocasiones consideramos, la persona humana es muy frágil. Si en algún momento hemos pensado que tenemos todos los hilos de nuestra vida en la mano, la realidad nos ha mostrado que esto no es así. En consecuencia, conviene siempre una actitud humilde, especialmente en el trato con los demás, y sobre todo, en la consideración que damos a nuestras opiniones y decisiones como directivos. No siempre serán las mejores, y conviene escuchar a quien nos puede y debe decir algo.
Al mismo tiempo, también conviene vivir poniendo horizontes a nuestro trabajo, al encargo recibido y a las iniciativas en las que uno participa. Es muy distinto trabajar sabiendo que un encargo tiene un horizonte de dos años, que vivirlo sine die. Muy probablemente, el tiempo se gestione de una forma más ordenada y menos impulsiva, y se vea de modo más objetivo. Además, esto permite tener una visión de paso, que es conforme a nuestra realidad; y se piense, por ejemplo, en los sucesores procurando formarlos.
Para quien participe de la fe cristiana, esta realidad será más facilidad de asumir. La fe cristiana no solo ayuda a comprender que somos seres contingentes, sino que atendiendo a esta realidad, explica que la razón de ser de cada uno de nosotros no es producto del azar, sino de un acto de elección particular y personal del Creador, a quien llama y reconoce como Padre, y que precisamente es en la casa del Padre donde termina nuestro viaje por el mundo.
El segundo aprendizaje para mí es la necesidad de vivir con un desprendimiento personal. Creo que todos hemos experimentado en algún momento cómo el miedo paraliza. Muchos amigos y conocidos, y quizás, nosotros mismos nos hemos quedado inmovilizados, sin hacer nada por temor a perder lo que consideramos valioso. Por supuesto, no me refiero a hacer imprudencias, pero si llamaría la atención sobre una inacción por temor a perderlo todo.
El miedo a quedar mal, por ejemplo, puede conseguir que en muchas ocasiones no hagamos el bien que está en nuestras manos. Tememos equivocarnos, y como consecuencia de eso, no corregimos una mala actitud en un colaborador o no reclamamos el adecuado estándar de calidad. Por temor a equivocarnos, podemos esquivar un cambio adecuado en la estrategia del negocio, y dejamos que el status quo siga manteniéndose en la empresa con el consiguiente deterioro.
El miedo, como comentaba Marian Rojas, puede haber sido generado por un fantasma producto de la propia imaginación, pero incluso, en este caso paraliza, y trae todas las consecuencias negativas que he mencionado.
El tercer aprendizaje está en la actitud colaborativa. Para salir de los estados de incertidumbre se requiere una actitud colaborativa de todos los que conforman la organización. Pero esta actitud colaborativa no se dará si cada uno de sus miembros no es consciente que las crisis son una invitación también personal. Si uno la acepta en su propia vida, entonces se convierte en parte de la solución; si no, es parte del problema que la dirección debe resolver. Los retos grandes requieren del tiempo, de las inteligencias y las voluntades de varios actores. Y esto, ¿qué implica?, ¿qué beneficios tiene para cada uno? La respuesta es sencilla: el propio desarrollo. En medio de las crisis se crece más fácilmente en valores, en virtudes y en conocimiento. Por lo tanto, este tiempo de incertidumbres que estamos viviendo debería haber significado para cada uno de nosotros un tiempo de crecimiento de nuestra personalidad, de nuestra espiritualidad y de nuestra capacidad profesional.
Para terminar, no olvidemos la vieja afirmación que establece que donde hay crisis, hay también oportunidades. En parte confirma lo que hemos dicho, porque ¿qué se requiere para aprovecharlas? cabeza fría: no paralizarse con el miedo; claridad conceptual para encontrar dichas oportunidades; y un grupo de personas decidido a asumir el reto con ilusión y entusiasmo.