
Alejandro Fontana, PhD
Con ocasión de una presentación que debía hacer, tuve que hacer una reflexión sobre los aprendizajes que me había dejado este tiempo de especial incertidumbre generado por la pandemia y el ambiente político de nuestro país. Ahora deseo compartirlas con ustedes, por si les fuera útil.
Antes de hacerlo, desearía recoger una conocida afirmación: donde hay crisis hay oportunidades. Lo ordinario es que las crisis nos asusten; que deseemos navegar con viento tranquilo y claridad; que los días siempre sean soleados y apacibles. Sin duda, todos esos momentos son gratos, pero la belleza y la paz no solo radican en el mundo exterior. En una persona humana, donde deben radicar fundamentalmente es en su interior, como el silencio y la paz están presentes en el piélago del océano, aunque en su superficie exista una agitación abrumadora.
El silencio y la paz interior son probablemente las señales más profundas de humanidad, es decir del auténtico gobierno uno mismo. Y qué contraste entre esta actitud y lo que en estos días estamos viendo que los movimientos pro choice producen en USA. Se agitan y gritan violentamente, porque sienten que han perdido. Esta reacción muestra una falta de racionalidad, porque no utilizan las ideas para cuestionar una posición, sino que usan la violencia. A fin de cuentas, se cumple la afirmación de que donde hay mentira, no puede haber racionalidad.
Pero volvamos al tema que venía tratando; ¿por qué no debemos asustarnos con las crisis? Pienso que la respuesta va en la línea de los aprendizajes y el crecimiento que podemos extraer de ellos. Una crisis siempre es una invitación. Se nos presenta sin que la hayamos buscado -como la vida, que también se nos ha presentado así, sin que la hayamos buscado. Entonces uno puede responder con una actitud de aceptación, o rechazarla. Y uno la rechaza cuando se queja, se amarga, se resiente y se rebela.
En cambio, aceptar una crisis lleva a buscar las oportunidades para salir de ella: los modos que resuelven los problemas que ella ha generado. Y esto lleva a la creatividad; a calmar el ánimo, y por tanto a ver con más claridad posibles alternativas, criterios que no deben dejarse de lado. Se conciben también planes de acción más viables. Es decir, se produce una mejora de la racionalidad y una mejora también de la virtuosidad. No hay que olvidar que la plenitud de la persona humana se da cuando uno ha aprendido a gobernarse adecuadamente, y por tanto, sabe que no existen reacciones, sino que estas siempre son decisiones personales que uno toma, y que deben traducirse en bienes para los demás y para él mismo.
Las crisis son por tanto escuela de aprendizajes: positivos o negativos. Positivos si aprendemos a pensar mejor, a actuar con cabeza fría, y al mismo tiempo, somos más responsables, capaces de llevar más carga, más ordenados, mejor organizados, y un largo etcétera que depende de las cualidades que pueden desarrollarse en las circunstancias peculiares que a uno le toque vivir.
Por lo tanto, ¿qué aprendizajes me han dejado este tiempo de pandemia y de incertidumbre política? En primer lugar, que los seres humanos somos muy frágiles; y que una leve variación -un minúsculo organismo- puede destrozarnos. Algo que con facilidad olvidamos, porque en muchos momentos nos consideramos capaces de tener el control total de nuestra vida. Pero en la realidad, no tenemos todos los hilos en la mano.
En segundo lugar, que nos conviene vivir más desprendidos de todo lo recibido: recursos económicos, el tiempo, y en general, de todo. Somos viajeros –viatores- según la sabiduría cristiana. Y como ocurre cuando uno está de viaje: se es más consciente de la temporalidad y del espacio. Sin una actitud de desprendimiento, surge el miedo, y este paraliza: no me atrevo a salir de casa, todo me asusta, todo es causa de inquietud por lo que pueda perder; y así, se pierden muchas oportunidades.
Finalmente, que durante las crisis, el trabajo en equipo es quizás el mejor medio para superar los momentos inciertos. De un lado, es muy eficaz; y de otro, siempre contagia optimismo. La actitud colaborativa es uno de los mejores ingredientes para el aprovechamiento de las oportunidades, porque genera palanca y los obstáculos se vencen más fácilmente; y porque el empeño y la dedicación de los demás arrastran a dar más de sí.
Quizás nos convenga poner en limpio qué hemos aprendido -de modo personal-, de estos últimos tiempos. Es muy probable que descubramos más razones para no temer tanto este tipo de circunstancias.