
Alejandro Fontana, PhD
La verdad en la actividad humana implica atender dos dimensiones: la equivalencia entre lo que se dice y lo que se piensa, y la equivalencia entre lo que se piensa y la realidad. En la apreciación común, sin embargo, el acento suele ubicarse principalmente en la primera dimensión. El que alguien haya dicho algo distinto a lo que sabía es para todos señal de que ha transigido lo debido. Para poner un ejemplo que es de dominio público, la opinión general que generó el affaire de las vacunas: ¿Cómo podían unas personas decir algo que ellos sabían que no era así?
Sin duda, la equivalencia entre lo que se sabe y lo que se dice afecta la verdad; pero una adecuada valoración de esta dimensión es algo más complejo que podríamos tratar en otro momento. A modo de muestra, no todos los receptores de nuestra comunicación están preparados o habilitados para conocer lo que sabemos. A un niño, por ejemplo, los padres no le comparten todo lo que ellos llevan en su mente, por la sencilla razón de que hay temas que no los entenderían o que su conocimiento podría distorsionar su actitud. Es decir, hay ámbitos de lo que uno conoce que no se comparten por prudencia, o porque el interlocutor no tiene necesidad de conocerlos, y muchos motivos más totalmente válidos.
Ahora bien, es la otra dimensión de la verdad: la equivalencia entre lo que uno piensa y la realidad la que con frecuencia dejamos de lado. Como si no fuera del todo importante, o como si su lectura obedeciera a los prejuicios de cada uno, y existiera una amplitud de posibilidades. Algo así, como si hubiera ausencia de objetividad. Y esto, no es así.
Observando con detenimiento, podríamos decir que la verdad es una cualidad que supera lo humano. El Cristianismo lo tiene muy claro. En esta cosmovisión, la Verdad es una cualidad divina, más aún es una Persona; y el planteamiento cristiano a lo que impulsa es a su conocimiento: el hombre cristiano debe buscar y tratar de conocer la Verdad. En este sentido, lo que comenta Enrique Morós es muy significativo: a los cristianos de los primeros siglos no les agradaba que los llamaran “hombres religiosos”; ellos, más bien, querían que los reconocieran como “filósofos”, es decir, hombres que aman la verdad y que la buscan.
La equivalencia entre lo que se piensa y la realidad es una condición a la que conviene poner más atención. La realidad está allí, de modo objetivo y fuera de nosotros; y ella no cambia al ritmo de nuestras consideraciones; es más bien al revés, nuestras consideraciones son las que deben modificarse en la medida que nos aproximamos a ella y vemos aspectos que antes no habíamos apreciado. El hombre siempre debe estar en búsqueda de esa realidad, que permanece inmóvil mientras que todo lo demás gira alrededor.
Como en varias ocasiones me ha comentado el director de mi tesis doctoral, “la naturaleza es terca”. Es decir, la naturaleza no es como la pensamos, sino que ella es como es. En consecuencia, nuestra actividad debe ser tal que nos acerquemos a ella con una actitud de respeto, y con la intención de comprenderla cada vez mejor.
Es esta actitud de respecto a la realidad -la naturaleza en sí y todo lo que nos rodea- la que resulta ser una cualidad importante en el directivo de una empresa. Si alguien desea dirigir bien, antes de decidir debe estudiar bien los temas, profundizar en las cuestiones, recoger información y valorar las circunstancias. Además, se requiere también una apertura sincera, que se debe traducir en un interés permanente por aprender más dejando de lado los prejuicios.
Esto permite llegar a una adecuada claridad conceptual, que hoy por hoy, a mi juicio, es una debilidad en nuestro ámbito empresarial, tanto practitioner como académico. En la semana, asistí a una sesión de formación de miembros de directorios. La sesión estuvo a cargo de Gonzalo de las Casas. Desde el primer momento, me sorprendió su claridad conceptual. Siendo abogado de profesión, mostraba una precisión en las definiciones de los conceptos contables que se requieren para hacer una lectura adecuada de los estados financieros. Y precisamente, esa claridad conceptual le permitía luego proponer contrapropuestas innovadoras y viables, porque eran del todo razonables.
Siendo como es el ámbito empresarial un contexto de definiciones políticas, es decir, no impuestas, sino razonables, la fuerza de la verdad y la razón -la fuerza de la realidad tal como es-, permite hacer más asequibles a los demás las decisiones, y se convierten así en lugar de encuentro común. La verdad, en sí misma, tiene la capacidad de aglutinar los intereses de quienes se mueven por motivos nobles o leales.
Una última referencia al impacto de la verdad. Conduce también al decisor a la humildad, porque le ayuda a reconocer que no siempre él tiene la razón; que la verdad más que poseerla de modo pleno, solo se presenta “en proceso de”, como comentó Benedicto XVI. Y que, por lo tanto, siempre reclamará una actitud de desprendimiento con relación a las ideas propias.