
Alejandro Fontana, PhD
La ética es una ciencia que tiene como objetivo cuidar al decisor o agente, más que a los afectados por la acción de aquel. Aristóteles afirmaba que cuando un hombre comete una injusticia, el más perjudicado no es el sujeto que padece la injusticia, sino el que la comete. Y esto se da, porque con una determinación libre y sin que medie ningún tipo de coacción, ese sujeto actuante se ha hecho injusto, ladrón, mentiroso, deshonesto, etc. Y la principal consecuencia de ese hecho será que dicha condición nunca se la podrá quitar ni retirar: él mismo se la impuso con su decisión voluntaria y libre.
Entonces, para evitar que la persona humana se imponga a sí mismo y por propia voluntad este tipo de condiciones es que surge la ética. La ciencia que ayuda a ser consciente de las consecuencias que podrían tener en él sus propias acciones. Ahora bien, esta ciencia con este tema específico busca un agente perfeccionante. Si se trata de criterios para juzgar mejor, busca un juez. Ese juez es la conciencia personal que todo ser humano posee. La conciencia es un hábito innato -sindéresis, le llamaban los escolásticos- que tiene como función distinguir la calidad de bien en una acción (comúnmente decimos: la capacidad de distinguir lo bueno y lo malo de un acto). En la realidad, se trata de la capacidad de apreciar el tipo de bien que atrae detrás de cada una de las alternativas que la elección presenta. De un lado, un bien sensible, pero limitado y pequeño en una posición; y en el otro, un bien grande, pero arduo y difícil.
Esta situación hace que la preocupación por la calidad del juicio personal sea una tarea esencial en la persona humana, y a la que deberíamos dedicar tiempo y energía. Debemos evitar que este ‘juez’ interno no sufra deformaciones por falta de objetividad, es decir, por falta de conocimiento de la realidad. Una vez más, la frase “la verdad os hará libres” cobra una relevancia singular. Solo el conocimiento adecuado de la realidad, permitirá que nuestra conciencia emita juicios acertados, y que, por tanto, nuestras acciones sean libres, en el sentido de llevarnos a donde realmente deseamos ir.
Ahora bien, una vez que la conciencia emite su juicio, actuar al margen de dicho juicio no es ético. No podríamos decir que somos éticos, si habiendo comprobado la falsificación de una realidad, dejáramos de oponernos a dicha falsificación por comodidad, por cansancio, por una simple renuncia ante las consecuencias de una larga espera. En este sentido, y con relación a las últimas elecciones presidenciales, no serían éticos quienes estando convencidos de que hubo un fraude, no continuaran oponiéndose a dicho hecho. Para ellos, no es ético claudicar.
Antes de terminar dos consideraciones. A nivel ético, lo que está en juego son los valores personales; es decir, la calidad de nuestra personalidad. Y finalmente: no temer la realidad, no temer la verdad… La verdad nos libera, también de las acciones delictivas de nuestra vida pasada. Para saber más de esto, basta preguntarles a los cristianos. Ellos están convencidos de que la Verdad se ha encarnado, precisamente, para liberar a todo hombre que lo quiera de su pasado equivocado.