
Alejandro Fontana, PhD
Son varios los autores que a lo largo de la historia de la humanidad nos han advertido del efecto deformante que tienen el odio en el hombre. Joseph Conrad, es uno de ellos, con su libro El corazón de las tinieblas. Otro es Primo Levi, que con su obra Si esto es un hombre, permite meditar personalmente sobre cómo el odio en todo momento, forma o cultura solo trae degradación y vacío.
A pesar de eso, pasan los tiempos y no terminamos de aprender. Lamentablemente, en los últimos años hemos presenciado como algunos se han dejado arrastrar por el odio en nuestro país; y hoy mismo, vemos como algunos intentan sembrarlo en las motivaciones internas de otros muchos. Si se habla de los “nadies”, de los que no tienen nada confrontándolos con los que tienen algo, lo que se está sembrando es el odio.
No cabe duda, que quienes así proceden saben el poder que tiene esta invocación. El odio es una fuerza muy poderosa. Si alguien preguntara porqué, podríamos darle una explicación sencilla: la voluntad, en toda circunstancia, es una potencia que siempre está abierta al infinito, y por lo tanto, tras una libre determinación, puede ir hasta el extremo. Algo que no sucede, en cambio, con las potencias físicas: si tienes hambre, ¿cuántos panes te puedes comer? ¿2, 10, 100, 1000…? Nuestras potencias físicas tienen un límite; las inmateriales, no.
Por eso, en moral, se distingue entre una acción humana producto de la debilidad de la voluntad, es decir, que la persona actúa más por la fuerza de sus pasiones sensibles –su voluntad no es capaz de controlarlas–, y aquella acción que se produce por una voluntad que ha empezado a odiar. En este último caso, en moral se dice que la voluntad se ha deteriorado. Que se ha hecho incapaz de reconocer el bien de la realidad, y que por tanto, en el extremo, no lo soportará. Más aún, esta desesperación ante el bien llega a tal nivel, que incluso, no podrá soportar ni siquiera el bien que hagan los demás.
Pongamos un ejemplo sencillo para ilustrar esta involución humana. Si alguno no le gusta la música, lo que hace es no acudir al concierto, apagar el radio o retirarse de la habitación donde otros están escuchándola. Sin embargo, a nadie con buen juicio se le ocurre ir y matar a los músicos, por el hecho de que tocan música. En la historia de la humanidad, tenemos, lamentablemente, muchas lecciones de cómo el odio ha llevado a aniquilar a los “músicos”: el régimen nazi odiaba a unas personas por el solo hecho de ser de descendencia hebrea; los regímenes comunistas en Rusia, China, Cuba, los países del Este de Europa, e incluso, en España, durante las Repúblicas, persiguieron y aniquilaron a personas que solo hacían cosas buenas en favor de otros.
El odio no es el camino para redimir a las personas que sufren. Cuando existe verdadero interés por el desarrollo de los menos favorecidos, lo que las personas bien intencionadas promueven es un ámbito de cooperación. La cooperación entre los distintos actores de la sociedad es el único camino para el desarrollo. El desarrollo, como comenta el prof. Cazorla, un extraordinario catedrático y al mismo tiempo gestor del desarrollo local, no es del entorno, sino de las personas. Somos nosotros los que debemos desarrollarnos como personas -los que tienen y los que no tienen- para que hablemos de desarrollo. Los primeros tendremos que comprometer nuestros recursos: materiales, conocimientos, capacidad de organización y afán de servicio; y los segundos deberán poner también recursos materiales, su capacidad de gestión, su creatividad, su idiosincracia y su deseo de compartir con los demás. El desarrollo económico es realmente el resultado de un desarrollo como personas, internamente y en la capacidad de compartir lo que se comienza a conseguir.
Alejemos de nosotros todo atisbo de odio; y alejemos también todo sistema político que se fundamente en él. Destruye a las personas, y contradictoriamente, más, a quienes lo promueven, aunque no se den cuenta de ello. A cambio, comencemos a promover un ambiente de cooperación, a compartir más los bienes que disponemos con todos aquellos nos rodean. Quizás este sea nuestro mejor aporte en este momento de decisiones…