
Alejandro Fontana, PhD
Las facilidades que nos da nuestro tiempo, los avances científicos y tecnológicos, la imagen que proyecta Hollywood y los medios de comunicación han hecho que cada vez sea más asequible estar pendientes de nuestra apariencia física. Hoy en día se pueden encontrar suplementos vitamínicos especializados; alimentos balanceados adecuadamente o enriquecidos de modo que el efecto nutritivo sea mayor; especialistas que pueden aconsejarnos sobre las cantidades apropiadas de los distintos alimentos; y por supuesto, una gran disponibilidad de productos cosméticos, de rutinas físicas perfectamente estudiadas y una gran disponibilidad de espacios donde poder llevarlas a cabo.
Al mismo tiempo, son muchos los que experimentan positivamente los efectos que puede generar una buena apariencia física. No cuentan únicamente razones de salud, sino, fundamentalmente, efectos en la interacción personal. La belleza humana siempre ha sido un factor de admiración; esto lo reconoció ya el mundo griego, cinco siglos antes de Cristo. Esta civilización se preocupó por premiar la belleza corporal, a tal punto que cuando el pueblo romano -fundamentalmente agrícola y militar- en su expansión de dominio llegó a Atenas, quedó totalmente fascinado por las expresiones de belleza que encontró: esculturas, mobiliarios, adornos, refinamientos, baños, perfumes, ropas delicadas, gimnasios, etc. Se dice que el deslumbramiento de los romanos fue tan grande, que se afirma que no fue Roma quien conquistó Atenas, sino Atenas la que conquistó Roma. La civilización griega absorbió por completo a la población romana, e instaló en este pueblo su forma de vida.
La buena apariencia física tiene, por tanto, un efecto cautivador inmediato, que se tangibiliza en el número de admiradores. Y quienes experimentan este efecto -la capacidad de atraer de modo instantáneo-, quedan cautivados por su eficacia. Por eso, no es extraño que mucha gente -joven y madura- esté hoy día, de alguna forma, obsesionada por tener un cuerpo ideal.
Como casi todo en la persona humana, no existirá ningún problema si hay un autocontrol capaz de evitar la fascinación y la obsesión, como comenta el Prof. Sarráis, por la apariencia personal y de los demás. Este autor señala que quien se deja arrastrar por un cuidado de la apariencia física demandante, termina esclavo de dos pasiones: la envidia que le producen otros cuerpos mejores y más bellos que el suyo, y los celos que padecerá cuando sus admiradores alaben o admiren más a otras personas.
Otro inconveniente que este autor también señala a una atención excesiva a la apariencia física es el hecho de solo valorar en los demás su apariencia externa. Sin pretenderlo, deja de lado una belleza que es mucho más importante para la persona humana: la belleza interior, es decir, la bondad personal.
El cuidado del propio cuerpo obedece al deseo que todos experimentamos por sentirnos bien en él. Este argumento es necesario, pero no es suficiente, porque como persona humana, tenemos un propósito de vida. Centrarse en sentirse bien impide que uno salga de sí, y que por tanto, no pueda enfocarse en hacer el bien. Esto es, en trabajar, precisamente, la belleza interior. Como comenta el Prof. Sarráis, si la persona humana no da este paso, lo más probable es que ponga su razón al servicio de ese sentirse bien en su cuerpo, y acabe auto-engañándose, pensando que la finalidad de su cuerpo es producir sensaciones placenteras, aunque ellas le dañen su cuerpo y su mente. Sin duda, tenemos aún un reto por delante…