
Alejandro Fontana, PhD
Un día como hoy, no podría dejar de hacer referencia al hecho histórico que más repercusión ha tenido en la historia de la humanidad. Si miramos la existencia del hombre a lo largo de todo el tiempo transcurrido, no se ha producido ningún cambio más significativo en nuestro modo de pensar y de ser, que el que ha introducido el Rabí Jesús de Nazareth.
Ningún pensamiento o doctrina ha revelado más al hombre el enorme potencial del que es capaz. Ninguna exposición ha sido tan inspiradora – y sigue siéndolo – para hombres y mujeres. Personas de muy diversas condiciones, de diversas culturas y costumbres han encontrado un sentido tan trascendente a sus vidas, que su influencia no solo ha tenido impacto mientras vivían, sino que han llegado a personas que nunca las conocieron. Y siempre con una característica, un movimiento a la bondad, al servicio, al darse uno mismo.
Pero este es un pensamiento que no se construyó entre unos hombres que idealizaron una figura humana. No se trata de un ideal imaginado, sino de una persona humana concreta, que existió y que fue conocida como Jesús de Nazareth. Así lo confirman historiadores no cristianos como Flavio Josefo, de origen hebreo, que escribió de él en su obra Antigüedades de los Judíos, un escrito anterior al año 100 de nuestra era; o el testimonio de Plinio el Joven, un romano de noble alcurnia, cónsul en Bitinia y el Ponto, que escribe de él en sus Epístolas a Trajano el año 112 ó 113 de nuestra era; o las referencias de Tácito, otro historiador noble romano, que recoge lo que los discípulos de Crestos han sufrido en los relatos que hace sobre las actividades de Nerón.
Y ¿qué introduce este personaje tan singular en el pensar y modo de ser humano? ¿qué deja tras de sí que impacta tanto a los hombres, también a aquellos que se han movido y se mueven en el mundo de la empresa?
Lo que Jesús de Nazareth descubre a la humanidad son aspectos que ningún hombre o mujer hubieran podido imaginar nunca. Pienso que nos descubre modos vivir que para nosotros eran inconcebibles; incluso, algunos de ellos, lo siguen siendo el día de hoy. Ahora mismo -y con toda la carga de cristianismo que tiene nuestra civilización-, tengo la impresión que sabemos muy poco de lo que es el amor. Y para mostrarlo, simplemente quiero contraponer la idea que tú, lector, tienes de esta cualidad, con una expresión de San Agustín de Hipona, escrita ya en el siglo V de nuestra era, pero que aún hoy puede ayudarnos a reconocer que sabemos poco: “si no amas a todos, no amas a nadie” … ¿No es cierto que al comparar ambas ideas o expresiones -la propia y la de Agustín de Hipona-, uno se queda con la impresión de que aún sabe poco del amor?
El desconcierto que produce la belleza y excelsitud de la doctrina cristiana llevó a que Romano Guardini se cuestionara por su origen en la siguiente dirección. El hombre que ha explicado estos ideales y consejos de vida, Jesús de Nazareth, es el mismo que dijo de sí mismo ser Dios. Por lo tanto, se cuestiona este autor alemán, ¿o estamos ante un desequilibrado que dice de sí mismo ser Dios, y que, sin embargo, ha inventado una doctrina sumamente excelsa y admirable, o estamos realmente ante el mismo Dios, que ha venido a explicarnos hasta qué alturas pueda aspirar el ser humano?
A partir de la consideración de que es el mismo Dios el que nos ha venido a enseñar cómo ser humanos, Benedicto XVI, en una Lectio divina al Seminario de Roma, el año 2011, destacó cuatro rasgos eminentemente cristológicos. Podríamos decir, cuatro novedades para la humanidad que el Rabí de Nazareth, Dios encarnado, introduce radicalmente en el pensamiento humano: la humildad, la mansedumbre, la magnanimidad y saber sobrellevar a los demás con el amor.
Humildad, que no consiste solo en una disposición de modestia, sino fundamentalmente, y esto es lo radical, en el hecho mismo de imitar a un Dios que es capaz de rebajarse hasta hacerse criatura, “que se rebaja hasta mí, que es tan grande que se hace mi amigo, sufre por mí, muere por mí”. O lo que es lo mismo, ha venido a enseñarnos que sin humildad, no es posible amar, porque humildad y amor son dos caras de la misma moneda.
Mansedumbre, como actitud indispensable para ayudar a ver estas características sublimes de la naturaleza humana. La verdad no puede imponerse, solo cabe que se acepte libremente; y por eso, debe convencerse “sin violencia, … con el amor y la bondad”; con una actitud de apertura y de mansedumbre, aunque esto tome tiempo, y nos cueste ir a ese ritmo.
Magnanimidad, que siempre significará ir más allá de lo justo, de lo debido. Al observar la actitud divina, esta es una de sus claves. No se queda en “lo estrictamente necesario”, sino que nos enseña que tenemos la capacidad de darnos “a nosotros mismos con todo lo que podamos”.
Y finalmente, saber sobrellevarse con el amor. La alteridad es el reto propio de la naturaleza humana, porque la persona no se explica a sí misma solo en la individualidad, sino en la co-existencia con otros. No es viable el individuo humano solo; es más bien, un ser social por naturaleza. Por eso, solo en comunidad con otros puede llegar a ser lo que está llamado a ser. De allí la razón de ser de la familia, de la Iglesia y de la sociedad. Y la gestión de esta alteridad requiere como fundamento el amor; eso sí…con sus características divinas: aquellas que Agustín de Hipona llegó a reconocer.
Con esto, espero haber ayudado a reconocer que los hechos que recordamos en estos días son los que más han contribuido a que podamos identificar el potencial de nuestra naturaleza. A partir de allí, podemos generar muchos impactos positivos en el mundo empresarial. Es una tarea muy bonita, reservada a los que compartimos esta doctrina y a todas las personas de buena voluntad…