
Alejandro Fontana, PhD
Estamos a un mes de las elecciones presidenciales en nuestro país. Para todos, una fecha importante, porque definiremos cómo enfrentaremos el futuro del país. De hecho, ningún país es ajeno a la calidad de sus gobernantes; menos aun, uno como el nuestro, que recién esboza el segundo centenario de existencia autónoma.
Hace pocas semanas, un amigo me recordó que varios siglos atrás, un pensador griego dejó escrito: “o los más capaces y honorables de una sociedad aceptan el reto de gobernar su sociedad, o tendrán que soportar luego ser gobernados por los menos capaces y los menos honorables”.
Gobernar una empresa, un club deportivo, una nación, incluso, una organización caritativa exige unas capacidades intelectuales y de la voluntad, una dedicación, una entrega y un esfuerzo, realmente, muy exigentes. Tanto así, que un profesor con mucha experiencia de la Escuela de Dirección donde trabajo, habitualmente, comenta: “quien desea gobernar un país, ¿o es un loco o es un santo? ”. Un loco, porque no sabe en qué se está metiendo, totalmente obnubilado con la ilusión del poder; un santo, porque sabiéndolo, al mismo tiempo se ve llamado a asumir esa gran responsabilidad, no por él, sino porque dándose cuenta de las capacidades que posee, entiende que esas capacidades deben ser puestas al servicio de las personas más necesitadas de ese país.
Pienso que la reacción ordinaria cuando a alguien le ofrecen un puesto de gran responsabilidad es tener una negativa inicial a aceptarla. O que internamente se diga un “¡ojalá no sea yo!” cuando ve acercarse la posibilidad de tener que asumir una responsabilidad grande. Ver la responsabilidad cerca de uno y ver al mismo tiempo las debilidades que se tienen, me parece que son la causa de que emerja, casi de modo natural, esta reacción de rechazo. Más aún, pienso que si no brota este rechazo es, porque uno no se conoce bien a sí mismo: no llega a percibir la brecha que hay entre el perfil necesario para enfrentar dignamente responsabilidades tan grandes y el pobre perfil que uno encuentra en sí mismo.
Indudablemente, en esos momentos, uno también debe considerar que cada persona humana tiene una razón de ser, y que hay algo que se espera de él. Y tener presente, al mismo tiempo, que esta razón de ser se desvela entre las circunstancias que le rodean, su calidad motivacional -el afán de servir a los demás que posea-, y las capacidades personales que uno sí llega a percibir en sí mismo. Entonces, y solo luego de esta reflexión, uno puede llegar a reconocer -sin falta de humildad-, que en ese momento determinado ella misma, aunque no lo quiera creer, es la persona más preparada, por diversas circunstancias, para asumir esa gran responsabilidad. Y, además, cuando esto ocurre, uno consigue ver que todo lo que le ha ido ocurriendo en su vida hasta ese momento ha apuntado a esa responsabilidad; ha sido, sin pretenderlo, una preparación para asumir esa responsabilidad mayor.
Una anécdota que me parece significativa es la del joven príncipe Enrique de Baviera a finales del primer milenio. Él tuvo como instructor y maestro a un monje santo, que se encargo de su educación intelectual y en valores. A los pocos días del fallecimiento de este monje santo, su instructor y maestro, el joven Enrique tuvo un sueño. En él, escuchó que su maestro le decía “dentro de seis”. El joven Enrique pensó que solo le quedaban seis días de vida, y por lo tanto, optó por ordenar sus cosas y su conciencia para prepararse al final de su vida. Pero pasaron los seis días, y no sucedió nada; entonces, pensó: “no son seis días, sino 6 meses”. Y entonces, procuró vivir esos seis meses como si fueran los últimos de su vida. Pero pasaron los 6 meses, y no volvió a ocurrir nada. Entonces, se dijo a sí mismo: “será entonces, dentro de seis años”. Y entonces, decidió vivir procurando lo mejor para sus súbditos, llevar una vida piadosa y recta, y vivir pendiente de que en seis años tendría que dar cuenta a Dios. Pero cuando se cumplieron los seis años, no solo no murió, sino que fue nombrado Emperador del Sacro Imperio Romano. Los seis años habían sido la mejor preparación para desempeñar una responsabilidad tan grande. Esos años pendiente de los demás y no de sus propios intereses, hicieron que Enrique de Baviera fuera un gran emperador de Alemania; un gobernante que rigió el imperio con justicia y misericordia; y un emperador que siempre vivió pendiente del servicio a su pueblo, y muy especialmente, de las personas más necesitadas.
Los puestos de responsabilidad más altos requieren personalidades con capacidades intelectuales, con carácter, con rectitud de vida, con capacidad de sacrificio, con sensibilidad por los más necesitados, estar desprendido de los bienes materiales y los halagos, ser humilde, ser magnánimo, … y contar con buena salud. Ud., ¿quiere ser presidente?…