
Alejandro Fontana, PhD
Una de las características personales más valoradas en el mundo empresarial de hoy es la llamada resiliencia. No es difícil que no lo hayamos leído en algún artículo. Guillermo Quiroga lo expone de modo muy preciso en Los MBA más vigentes que nunca…sí se adaptan. Y es que todos, por efecto de la actual pandemia, hemos comprobado que un directivo también debe ser capaz de enfrentar la incertidumbre.
Lo que, sin embargo, no está tan claro para muchos de nosotros es cómo se adquiere esta competencia, cómo un directivo o un futuro directivo construyen esta cualidad. Este es precisamente, el objetivo de este breve artículo.
Lo primero que debemos notar es que se trata de una cualidad interna, y no de una componente física. Si tuviéramos que definir la resiliencia, lo más apropiado sería decir que es la tolerancia a la frustración. Como comenta Sarráis, la tolerancia a la frustración permite enfrentar situaciones desagradables, pero con buen ánimo. Es decir, de modo optimista, con sentido estratégico, sin temores, con paciencia y con capacidad para animar y entusiasmar a otros en la solución de la problemática que se vive.
En segundo lugar, que la tolerancia a la frustración se construye cuando hay exposición a situaciones adversas. Por tanto, en la educación de las nuevas generaciones no habría que huir tanto de las situaciones que pueden producirles algún tipo de sufrimiento: obsequiarlos con muchas comodidades; reaccionar favoreciéndolos inmediatamente y sin razonar sus reclamos y quejas; evitarles todo lo que les suponga dolor; consentirles no comer de todo; no pedirles responsabilidades en tareas de la casa, etc.
Si la resiliencia llama la atención en este momento, es, sin duda, porque en la personalidad de los directivos actuales no se presenta con la frecuencia que se esperaría. En este sentido podríamos preguntarnos, ¿qué actitud de los directivos está compitiendo contra el desarrollo en ellos de esta capacidad?
Pienso que la respuesta la podemos encontrar en una excesiva dependencia afectiva a la propia apariencia física. Es cierto que uno de los retos que todo adolescente debe superar es la aceptación de su propio cuerpo: algo que puede volverse muy costoso, por diversos motivos, para algunos jóvenes. A las chicas de 15 años de Corea, por ejemplo, les preocupa mucho no tener doble línea en los párpados -como la tienen los occidentales-, a tal punto, que la operación para crear esta doble línea en los párpados se ha convertido en una de las cirugías más solicitadas en ese país. Como comenta Sarráis, todo ser humano tiene la capacidad de percibir y disfrutar de la belleza física propia y de los demás. Y por este motivo, agrega este autor, las personas que se sienten atractivas, elegantes y en forma, se sienten bien consigo mismos, y disfrutan, por lo tanto, de la aceptación y la admiración de los demás.
Pero este autor también explica que esta búsqueda por la perfección corporal para sentirse bien, que en la actualidad, ha producido una preocupación por el ejercicio físico, la comida sana y la prevención de algunos hábitos nocivos para la salud, cuando se sale de los límites normales por exceso -un proceso que puede iniciarse desde la infancia por influencia de los mayores, pero también por las experiencias gratificantes que se perciben por la apariencia física-, convierte al cuerpo en la única fuente de satisfacción física y afectiva.
Y esto, como comenta Sarráis, genera una fuente de exposición a la frustración. Las sensaciones físicas placenteras, las sensaciones por las modificaciones corporales generadas por el ejercicio físico, la admiración de los demás, el éxito social obtenido con la apariencia física y los triunfos deportivos producen unas gratificaciones afectivas que siempre serán pasajeras. Que además, siempre tienen un alto riesgo de adicción, y que estarán acompañadas por el temor, cada vez más creciente, de perderlo todo.
En estas circunstancias, ¿qué conviene que los directivos recuerden o tengan presente? Que somos seres materiales orientados a lo espiritual. Es decir, con una serie de posibilidades físicas, pero todas ellas orientadas hacia una razón de ser, que cada uno debe descubrir. Y esto es lo más bonito de la vida. No vivimos para nosotros mismos; no somos una pieza receptora de admiración por su apariencia física; somos seres abiertos, capaces de desarrollar cualidades mucho más importantes que la resistencia para correr o correr más rápido: dominio de temas, novedad en la comunicación, creatividad en la solución de problemas comunes, afabilidad en el trato, empatía, optimismo, sencillez o sentido del humor. Y todo, para enriquecer, siempre, la vida de quienes nos rodean, cerca o lejos.
Como la tolerancia a la frustración la desarrollan las personas que soportan el sufrimiento sin quejas, a los que se están preparando para ser los directivos de mañana, hay que insistirles que no teman el sufrimiento; que no huyan tanto de él. En medio de las actividades ordinarias, podrán construir la resiliencia si reciben una llamada de atención sin tomárselo como algo personal; si aceptan con esperanza el dolor moral por el sufrimiento de un ser querido; si no se preocupan excesivamente por haber hecho una presentación que no salió como hubieran deseado; si soportan el uso de ropa formal a pesar del calor; si se acostumbran a comer las pasas de un cake o de un panetón; si retrasan unos minutos tomar una bebida cuando sienten mucha sed.
Algunas de estas acciones podrán parecer detalles sin mayor importancia, pero las capacidades internas solo se construyen, precisamente, en base a pequeños detalles. Eso sí, muchos, y a lo largo de un buen tiempo.