
Foto de Hanny Naibaho en Unsplash
Alejandro Fontana, PhD
Todos hemos recibido bienes gratuitamente: la vida, el cuidado de otros, oportunidades, perdones inmerecidos. Algunos hemos recibido más que otros. ¿Para qué? No para encerrarnos en la autosatisfacción, sino para poner esos bienes al servicio de quien recibió menos. La antropología de Leonardo Polo ayuda a decirlo con una frase feliz: “La persona añade a la naturaleza la dimensión efusiva, aportante”; la persona no se agota en tener, se cumple aportando (Sellés, 2024).
Benedicto XVI lo expresa del modo más simple y profundo: “el ser humano está hecho para el don”; por eso, el desarrollo auténticamente humano “necesita hacerle lugar al principio de la gratuidad como expresión de fraternidad”. La gratuidad no es un adorno moral ni algo “extra” después del comercio y la ley: es condición de una vida social verdaderamente humana (Caritas in veritate).
La gratuidad está en el origen de todo -nadie pagó por nacer-, pero no es exclusiva del primer capítulo de nuestra historia. Debe acompañarnos siempre: cuando trabajamos, descansamos, conducimos… y cuando agradecemos un servicio cotidiano. Allí aparece la propina: un gesto pequeño, que si nace de la gratitud, se convierte en una escuela de justicia ampliada.
Ahora, miremos nuestra ciudad con datos. Según la Asociación Peruana de Empresas de Investigación de Mercados (APEIM), en Lima Metropolitana hay 3’289,653 hogares; de ellos, solo el 2.4% pertenece al NSE A. En números redondos, unos 79 mil hogares. Además, el ingreso familiar mensual promedio del NSE A en Lima es S/ 13,923. Por tanto, ¿está Usted en ese grupo reducido? Si lo está -o si está cerca-, su responsabilidad social personal no se terceriza. Empieza por cómo trata y remunera a quien le sirve día a día.
El panorama nacional confirma lo excepcional: en todo el Perú, solo el 0.9% de los 10’196,775 hogares está en el NSE A, unos 92 mil hogares. Es decir, muy pocos recibieron mucho. Y cuanto más recibimos, más nos obliga el don.
¿Qué tiene que ver todo esto con la propina? Mucho. Primero, porque nunca podremos “pagar” del todo el servicio que un barbero, una peluquera, un taxista, un mozo o una repartidora nos presta. Siempre hay un plus humano: tiempo, esmero, sonrisa, que no cabe en la tarifa. La propina permite reconocer ese excedente y convertir nuestra gratitud en una señal económica tangible.
Segundo, porque la propina no es “lo que sobra”. Si creemos que la persona se realiza aportando, dar propina es dar de sí: poner atención, mirar a los ojos, tratar por su nombre, agradecer con educación, reconocer la dignidad del otro. Ese “modo” vale tanto como el monto. La propina no compra al otro; lo honra.
Tercero, porque el bien es difusivo. Cuando damos propina con criterio y generosidad, educamos -sin discursos- a nuestros amigos, colegas y familiares. Quien nos ve aprende que el éxito no se mide solo por cuánto acumulo, sino por cuánto devuelvo. Así, la lógica del don se cuela en la rutina urbana y corrige, silenciosamente, la estrechez del “precio justo” entendido como única medida.
¿Y cuál es una propina “justa y generosa”? No existe una regla universal; hay que calibrar capacidad y contexto. Pero si usted pertenece o aspira a ese 2.4% limeño del NSE A, y su hogar se mueve en ingresos cercanos a S/ 13,923 mensuales, la pregunta no es “¿cuánto es lo mínimo aceptable?”, sino “¿qué gesto habla de lo que he recibido y del país que quiero construir?”. Una guía sencilla: que el monto se sienta -también en usted- como un acto de reconocimiento, no como un trámite. Y que el gesto siempre vaya acompañado de atención personal: “Gracias, Rosa… Gracias, Carlos”. El nombre importa.
Podemos discutir impuestos, modelos y reformas -y debemos hacerlo. Pero no deleguemos a la política lo que está a un metro de nosotros. La propina generosa es política de proximidad: fortalece el respeto, mejora el ánimo del servicio, inyecta liquidez a quienes viven del día a día y ensancha el alma de quien da. De nuevo con Benedicto XVI: la gratuidad no compite con la justicia; la precede y la completa (Caritas in veritate).
Si hemos recibido más, es para dar más. Que nuestras propinas -hoy, no mañana- hablen de esa verdad: que somos, ante todo, seres aportantes llamados a convertir la gratitud recibida en gratitud ofrecida. No olvidemos, que en ese intercambio que no se reduce a equivalencias, se juega la dignidad de nuestra ciudad.