
Alejandro Fontana, PhD
En un artículo clásico de HBR, Frederick Herzberg recoge una pregunta que él hizo a muchos directivos de empresas y la respuesta que recibió. El les preguntó: “Si yo le planteo a un empleado: haz esto por mí o por la empresa, y en recompensa te daré un premio, un incentivo, un status mayor, una promoción, o cualquier tipo de retribución que exista en el sector empresarial, ¿estoy motivando al empleado?” Según Herzberg, la respuesta casi unánime que él recibió fue: “Sí, eso es motivar”.
Intentando entender qué es motivar al empleado, lo que Herzberg se cuestionaba es si existía alguna diferencia entre un sistema de dirección basado en amenazas físicas o psicológicas y un sistema de incentivos y premios. Y él apuntaba, que en el mundo empresarial no se duda de que el primero no es un sistema de motivación; pero que en cambio, el segundo, es ampliamente considerado como tal: válido y eficaz.
Ante esta postura, Herzberg responde, en dicho artículo, con la siguiente reflexión. El sistema de amenazas es semejante al acto de rapto de una persona; el sistema de incentivos, a uno de seducción. Y en este sentido agregaba: “es infinitamente peor una seducción que un rapto. Esto último es un hecho desafortunado que alguien sufre contra su voluntad; pero lo primero, significa que uno mismo ha sido parte de su propia caída. Y entonces, agregaba: “esta es la razón por la que los mecanismos de incentivos son tan populares, una tradición, ¡el estilo Americano! en las empresas. Con él, la organización no requiere golpearte; uno mismo se golpea”.
Y entonces, ¿qué es motivar a los empleados para Herzberg? Para este autor, motivar no es conseguir que alguien se mueva porque le ilusiona un estímulo externo. Según él, esto es semejante a tener que recargar la batería de una persona. Hay que hacerlo cada vez que se requiere que actúe. Para Herzberg, solo se puede hablar de motivación cuando esa persona es capaz de actuar, una y otra vez, porque ella tiene su propio generador. Actúa, porque ella misma ha decidido hacerlo, sin necesidad de estímulos externos.
En este sentido, en este artículo deseo mostrar una dimensión de ese generador propio que no estamos teniendo en cuenta en el sector empresarial, y que es una fuerza enorme de motivación personal: aquello que puede hacer que alguien haga algo movido por sí mismo.
Guillén y otros investigadores publicaron el año 2014 un artículo académico señalando que a pesar que cada vez más estudios iban mostrando que la ética y la espiritualidad eran una guía para la vida de muchas personas, las teorías del management, y en consecuencia, muchas prácticas empresariales, aún no reconocían el rol que la ética y la espiritualidad pueden tener en la motivación de las personas.
Como comenta Guillén, muchas taxonomías clásicas sobre la motivación consideran, lamentablemente, que el comportamiento humano es esencialmente amoral. Y que esto se debe, en parte, a que muchas de ellas nacieron de la descripción jerárquica de las necesidades que Maslow propuso en 1943. Lo curioso es que cuando, posteriormente, Maslow amplió su pirámide con otras dos dimensiones: las necesidades cognitivas y estéticas, y las necesidades de auto-trascendencia, estas taxonomías clásicas de la motivación no las consideraron.
Sin embargo, según Guillén, en las últimas tres décadas, varios estudios psicológicos están señalando que la persona humana también puede actuar, de un lado, por razones morales: busca la justicia, la integridad, la bondad; y de otro, porque desea dar o entregar algo a otras personas con independencia de lo que él pueda ganar al hacerlo. Por lo tanto, los motivos morales y el deseo de dar algo a otros empiezan a considerarse como fuentes de la motivación personal; y pronto estarán recogidos también en las teorías del management.
Guillén recoge un ejemplo que me parece muy ilustrativo. Un directivo puede implementar un programa de seguridad para sus empleados por muchos motivos. Puede hacerlo por una compensación monetaria; por un incremento de su prestigio profesional; por el aprendizaje que tendrá con ese nuevo programa; o por la satisfacción personal que le producirá el éxito de esa implementación. Pero, aquí es donde también pueden intervenir la dimensión moral y la dimensión de dar a los demás. Desde una perspectiva moral, puede actuar por la reputación que tendrá como directivo que sí piensa en sus empleados; o porque él mismo quiere verse como una persona íntegra que cumple con sus deberes tratando de ser honesto y generoso con su trabajo. Y desde una perspectiva del dar a los demás, puede hacerlo porque efectivamente desea dar a sus trabajadores un lugar más seguro, aunque esto no esté vinculado a una mejora de la productividad; porque desea darles una muestra de afecto; o porque simplemente, desea su bienestar.
Viviendo en un país con una profunda espiritualidad cristiana, con muchas raíces y valores morales aún en nuestra conciencia, y con esa sabiduría aún extendida de que ganamos mucho cuando nos abrirnos a las necesidades de los demás, parece muy oportuno que el entorno empresarial retome estos valores cristianos como principios en los que apoyar su actividad directiva y su liderazgo. Para muchos de los que trabajamos en este sector, es muy probable que sea la ocasión de arrancar el “generador propio” de nuestra motivación.