¿Cómo reconocer el orgullo en la propia actuación directiva?

Alejandro Fontana, PhD

En un artículo reciente, explicaba que las actitudes que todo directivo debía procurar evitar eran el orgullo y la mentira. Como no es fácil que uno mismo detecte en qué momento ha comenzado a deslizarse por el tobogán del orgullo, a partir de la sabiduría católica -que tiene más de 2,000 años de existencia reflexionando y promoviendo un humanismo pleno y eficaz-, voy a presentar algunas de las formas en las que el orgullo se desliza en nuestro comportamiento, y va instalándose -sin que nos demos cuenta- en nuestro modo de ser.

Antes de entrar propiamente al tema, considero que es conveniente dedicar unas líneas a revisar una actitud social que se ha extendido en nuestra sociedad. Varios autores contemporáneos se han presentado reclamando que la madurez de la sociedad reclama una separación entre el ámbito público y el ámbito privado. En este último se permiten las creencias religiosas y los valores correspondientes que cada uno desee elegir; pero en cambio, en el público, no se da carta de ciudadanía ni a esas creencias religiosas ni a esos valores. En el ámbito público solo serían válidos los argumentos conocidos de modo experimental -científico se suele decir-, sin percatarse que para que un conjunto de seres vivientes no siga la ley del más fuerte, se requiere contar en la sociedad con unos bienes intangibles.

La buena marcha de un intercambio de bienes tangibles en la sociedad: una compra-venta, por ejemplo, requiere que junto a los bienes tangibles intercambiados se presenten otros bienes intangibles; aquellos que le dan soporte a la transacción. Ninguna transacción económica, y por tanto, el mercado en una sociedad, pueden sostenerse en el tiempo si no se dan, previamente, en la sociedad en cuestión, bienes como la responsabilidad, la confianza, la credibilidad, el esfuerzo, la innovación y el deseo de servir.

Precisamente, todo el conjunto de bienes sociales que la religiosidad cristiana promueve. Por eso, en lugar de apartar la vista de lo propuesto por la cosmovisión cristiana, deberíamos estar fomentando en nuestro país el estudio de esta cosmovisión, y la incorporación en el ámbito público de los valores que ella propone: que la vida humana no se explica sin la vida posterior a la muerte; que los dones recibidos debemos aprovecharlos para aliviar las deficiencias de los demás; que habrá juicio; y que el amor auténtico reclama en primer lugar un trato de cariño con el Creador, porque El también es padre. La experiencia de muchos hombres y mujeres que han vivido así son el mejor testimonio a favor de esta doctrina, sus reflexiones y recomendaciones para la humanidad.

Ahora, a partir de esas reflexiones y recomendaciones, desarrollaré unas ideas sobre el modo como el orgullo se introduce en las vidas de los directivos.

El año 2007, el profesor Josep María Rosanas publicó un libro titulado “Como destrozar la propia empresa y creerse maravilloso”. En él, detalla las actitudes que describen esta situación lamentable. De ellas, destaco las que me parecen que provienen del orgullo en la Alta Dirección:  

  • Trate de parecer bueno al mercado, no de serlo.
  • Tenga flexibilidad para hacer siempre lo que le parezca.
  • Tenga Usted grandes ideas. Llévalas a cabo como sea. No deje que nadie se oponga. Premie la fidelidad inquebrantable.
  • Nunca descienda a detalles operativos.
  • Ponga mucha vaselina y ¡sonría, por favor! Pregunte sin escuchar.
  • Escoja personas traídas de fuera para adoptar todas las modas en dirección de empresas.
  • Innove en la empresa de acuerdo con sus caprichos.

Para Garrigou-Lagrange, el orgullo tiene tres tipos de manifestaciones: la presunción, la ambición y la vanagloria.  La presunción, según este autor, es el deseo y esperanza desordenado de hacer cosas más allá de las fuerzas que se poseen. Esto genera que nunca se consulte a otro la conveniencia de las propias decisiones. Además, uno se considera tan fuerte, que estima poder emprender cualquier actividad con éxito, incluso varias simultáneas. No se ve la necesidad previa de contar con el equipo adecuado para iniciar la nueva aventura o negocio. Prácticamente, en el interior del directivo, se identifican el entender con el querer, y este, con el hacer. Es decir, si ve algo con claridad, entonces lo quiere, y piensa que con quererlo basta para que eso sea realidad.

La presunción lleva a la ambición. Según Garrigou-Lagrange, el que presume de sus fuerzas y se considera por encima de los demás, pretende dominarlos e imponerles sus propias ideas. Este autor también comenta, citando a Santo Tomás de Aquino, que la ambición conduce a buscar el parecer más que el ser: el “trate de parecer bueno al mercado, no de serlo” que comenta Rosanas.

La otra manifestación del orgullo es la vanagloria. La preocupación por ser estimado y valorado por los demás por las acciones exitosas que uno desarrolla. En esta situación, uno se olvida que esas acciones se deben más a los dones recibidos: inteligencia, educación, fuerza física, oportunidades, etc. que a uno mismo. Consistentemente con esta idea, el profesor Michel Sandel ha publicado recientemente un libro sobre la tiranía de la meritocracia. En él, critica el modo como nuestra sociedad valora y premia -indebidamente, a su juicio- el mérito personal. Según él, las cualidades meritorias tienen su origen más en el don recibido que en el propio desarrollo.

Y otras manifestaciones de la vanagloria son la terquedad o intransigencia, y la aspereza en el carácter y el trato: el “llévelas a como sea”; “no deje que nadie se oponga”; y “pregunte sin escuchar”, según lo que recoge Rosanas.

En este sentido, convendría considerar que en una posición de Alta Dirección o directiva no hay que temer tanto a equivocarse.  Tampoco a asumir la responsabilidad del error cometido por una persona a cargo de uno; y menos, preocuparse porque siempre se hable bien de uno. El juicio de los seres humanos es muy falible, tanto a favor como en contra. Por eso, si alguna vez alguien se equivoca al juzgarnos no nos preocupemos tanto. Más aún, nos viene muy bien ese hecho para combatir esta tendencia al orgullo: ese colocarse por encima de los demás; considerarse infalible; y no procurar consejo ante decisiones importantes. De hecho, nos ayudará a ganar en humildad: una virtud plenamente cristiana; y la única capaz de curar el orgullo…

Publicado por Alejandro Fontana

Profesor universitario, PhD en Planificación y Desarrollo,

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