Solo es rico quien sabe ser pobre

Alejandro Fontana, PhD.

Los recursos materiales son medios, no fines. Sin embargo, tienen la rara capacidad de absorber a la persona: son atractivos, brillan y deslumbran… Un viaje de descanso en el que no tienes que hacer nada, que pasarás los días visitando lugares turísticos, y en la noche saldrás a comer a lugares atractivos. Y en el que viajarás con comodidad y rodeado de amistades…

Cuando alguien tiene ocasión de vivir este tipo de experiencias, no es de extrañar que luego pueda imaginarse la vida así; y que pretenda que la mayor parte de su vida tengan este cariz. Pero si sucede esto, lo que se ha dado es un desenfoque del valor que tienen los medios materiales. De ser medios, se han convertido en fines de una vida.

Los pensadores griegos llegaron a darse cuenta de esto. El refinamiento de la cultura helenística llegó a tal nivel, que Aristófanes quiso recoger en una de sus comedias una advertencia sobre el desenfoque en el uso de los bienes materiales. En una de sus comedias, este autor personifica a la pobreza agobiada de invectivas por la sociedad de Atenas. Y por más que la pobreza protestaba: “pero, yo soy quien hago mejores a los hombres”, la expulsaron brutalmente de la ciudad.   

Pero, ¿cómo distinguimos que estamos usando los bienes materiales como medios y no como fines? ¿Qué permite a una persona que dispone de medios materiales seguir siendo pobre?

Los bienes materiales son medios y no fines cuando su uso contribuye al engrandecimiento de nuestra personalidad. Por ejemplo, al disfrutar un plato sabroso, que seamos capaces de que nos brote un gracias a las personas que lo prepararon; y un gracias, también, al Creador, que ha ordenado todo en el tiempo para que podamos disfrutar, en ese momento, de ese bien. Los bienes materiales también son medios cuando nos ayudan a ser más conscientes de nuestra dependencia: que somos objeto del cariño y la atención de otras personas, y que, por tanto, estamos en deuda con ellas.

En este sentido, tampoco hemos de olvidar, que todo lo que gastamos es consecuencia de un gran plexo. Un plexo social formado por todos aquellos que de alguna manera han contribuido a que nosotros estemos disfrutando de esos bienes materiales: los que trabajan en la explotación de los recursos naturales, los que participan de los diversos eslabones de la cadena logística, los que están en la manufactura, los que nos facilitan los bienes con su servicio, los que mantienen la ciudad, los que aseguran la energía eléctrica, los que dan seguridad, etc. En la disponibilidad de unos medios materiales hemos de ser conscientes de la deuda que tenemos con ellos.

Al disponer de los bienes materiales también conviene vivir la solidaridad con las personas que sufren. Cuando tenemos la oportunidad de disfrutar un momento agradable, conviene recordar que en ese mismo momento hay muchas personas –que no conocemos– que están padeciendo en una clínica o en un hospital. Por tanto, es una buena ocasión para acompañarlos en sus dolencias: una pequeña privación nuestra –en sí, un pequeño detalle de pobreza– puede ser muy significativo.

Una pobreza que podemos vivir cuando, sin que nadie lo advierta, simplemente no escojamos el plato que más nos gustaría, sino el que en nuestro ranking de platos apetecibles, hemos colocado en el segundo lugar.

En una ocasión, en Genève, estaban dos directivos de empresas financieras almorzando en uno de los restaurantes más elegantes de la ciudad. Al tratar sobre sus estilos de vida, uno de ellos, y ya en un momento de confianza, le comentó al otro, que él procuraba tener un estilo de vida pobre.

–“Y ¿cómo vives la pobreza?, le objeto su compañero comensal. “¡Ahora mismo, estamos en uno de los restaurantes más caros de Genève!”, continuó.

– “Has visto la carta”, le comentó el protagonista de la historia.

– “De entrada, tú has pedido este plato; yo, este otro. De plato de fondo, tú pediste este; yo este otro. Y de postre, tú pediste este; y yo, este otro. Todos los platos que yo he escogido son más económicos que los platos que tú escogiste…”

Si el protagonista de esta historia no nos hubiera contado, probablemente nunca nos hubiéramos enterado de estos detalles tan personales, pero reales de cómo él vivía la pobreza. Como recogía Aristófanes al hablar de la pobreza: “soy yo quien hago mejores a los hombres”. Por eso, si no conseguimos introducir a la pobreza en nuestra propia vida cotidiana con detalles de desprendimiento pequeños, pero reales, no conseguiremos ser dueños de los bienes materiales, sino que ellos serán los dueños de nosotros. Un peligro que como directivos de empresas hemos de evitar.   

Publicado por Alejandro Fontana

Profesor universitario, PhD en Planificación y Desarrollo,

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