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Alejandro Fontana, PhD
El vértigo empresarial suele medirse en indicadores financieros, KPIs y retos operativos; sin embargo, el termómetro decisivo es invisible: las emociones que gobiernan al directivo. Estrés, irritación o desasosiego no provienen tanto de los hechos como de dónde dirigimos la mirada interior. John J. Davis lo expresa con claridad al definir la inteligencia emocional (IE) como «la capacidad de identificar y regular nuestras propias emociones, reconocer las de los demás y utilizar estas habilidades para comunicar con eficacia y construir relaciones productivas» (Davis, 2023). Vista así, la IE enriquecida con una perspectiva cristiana que ancla la serenidad en verdades de fe deja de ser un “plus” blando, y se convierte en la palanca que sostiene la paz interior, y con ella, la lucidez estratégica.
A lo largo del texto abordaremos brevemente cuatro temas: la ecuación de Davis (2023) para evaluar la calidad de vida y su aplicación cotidiana en la empresa; el poder de la atención para desactivar el estrés directivo; tres anclas espirituales que ensanchan la paz interior; y prácticas concretas para cultivar la IE en entornos exigentes.
Davis (2023) resume la influencia de la atención en una ecuación tan simple como reveladora:
Calidad de la vida (QL) = Calidad del Objeto de Atención (Qobj) × Calidad de Atención (Qatt) × Tiempo de Atención (Tatt)
Por tanto, la calidad de vida de un directivo no depende solo de la magnitud de sus desafíos, sino del tipo de estímulos que deja entrar, de la profundidad con que se concentra en ellos y de la duración de ese enfoque. Imaginemos dos escenas: después de una junta tensa, un gerente se refugia media hora en redes sociales —objeto trivial, atención fragmentada, tiempo considerable— y termina, en consecuencia, más ansioso que antes; otro dedica cinco minutos a releer un pasaje de la Sagrada Escritura y a respirar con calma —objeto elevado, atención plena, tiempo breve— y regresa, por tanto, con respuestas templadas. El contraste ilustra la ecuación en acción.
El siguiente paso es adiestrar la mente para elegir Objetos de Atención (Qobj) nobles. Aquí la tradición cristiana ofrece tesoros que garantizan paz: saber que “nuestro nombre está escrito en el Cielo” (Lc 10, 20) relativiza la caída de ventas; contemplar a Dios como Padre cercano e infinitamente misericordioso destrona la soledad; ejercitar la gratitud diaria reprograma el radar interior para detectar oportunidades en lugar de amenazas. Cuando el directivo recuerda que su identidad no depende del último trimestre, se libera de la tiranía del corto plazo y piensa con horizonte.
Pero no basta seleccionar buenos Objetos: la Calidad de Atención (Qatt) decide si esa verdad germina. De poco sirve tener una una buena lectura delante de uno si las notificaciones bombardean cada diez segundos. La regla «una sola ventana» —cerrar la Lap Top cuando se dialoga, apagar el celular durante el almuerzo— eleva el Qatt y multiplica el efecto benéfico del objeto. Por último, se requiere tener presente el Tiempo de Atención (Tatt) a la actividad noble que se desarrolla.
Conviene traducir estas ideas a prácticas ejecutivas. Primera: instaurar el briefing del alma. Antes del primer correo, escribir la intención del día —«escuchar con paciencia, decidir con calma»— orienta la emoción y vacuna contra la reactividad. Segunda: incluir al inicio y al cierre de la jornada bloques de diez minutos de contemplación de las verdades de fe para resetear la amígdala y recuperar una mirada estratégica. Tercera: transformar los KPI en KPPray. Al revisar cifras, añadir dos columnas mentales: gratitud (“¿qué bien refleja esta métrica?”) y servicio (“¿a quién beneficia?”). Cuarta: celebrar cada mes una reunión para admirar la belleza donde el equipo contemple arte o naturaleza y extraiga lecciones de armonía aplicables al negocio. Quinta: blindar la desconexión dominical como mandato de dignidad personal y fuente de creatividad.
Así, la inteligencia emocional deja de ser un destello ocasional para convertirse en disciplina: elegir el objeto correcto, cuidar la calidad de la atención y concederle el tiempo necesario. La ventaja competitiva no surge solo de algoritmos, sino de líderes que gestionan su interior con la misma precisión con que gestionan activos y flujos de caja.
Conclusión
La inteligencia emocional no es un talento escaso, sino un hábito cultivable que florece cuando alineamos los objetos de nuestra atención con su calidad y duración. En el fragor de las juntas y los deadlines, el directivo que aprende a mirar primero las verdades eternas: la alegría de ser parte de la familia divina o la ternura de un Padre que siempre nos cuida descubre que la paz no es ausencia de problemas, sino presencia de sentido. Y con la paz llega la visión clara: empresas más humanas, decisiones más justas y líderes que irradian esperanza en tiempos inciertos.